viernes, 30 de octubre de 2015

Oscar Wladislas de Lubicz Milosz -El viejo día

Oscar Wladislas de Lubicz Milosz, Lituania, 28 de mayo 1877 – Francia, 2 de mayo 1939
Traducción de Carlos Cámara y Miguel Ángel Frontán


El viejo día

El viejo día sin meta quiere que vivamos
Y que lloremos y nos empapemos con su lluvia y su viento.
¿Por qué no quiere dormir siempre en el albergue de las noches
El día que amenaza las horas con su palo de mendigo?

Tibia es la luz en los dormitorios del hospital de la vida;
Queridos pensamientos forman el paciente blancor de los muros.
Y la piedad que ve que la dicha se aburre
Hace nevar el cielo vacío sobre los pobres pájaros heridos.

No despiertes la lámpara, el crepúsculo es nuestro amigo,
Nunca viene sin traernos un poco de buen viejo tiempo.
Si lo echases de nuestra habitación, la lluvia y el viento
Se burlarían de su triste manto gris.

Por cierto, ah, si existe dulzura aquí abajo
Sólo puede estar en los viejos cementerios graves y buenos
Donde ya no dice sí la debilidad, donde el orgullo ya no dice no,
Donde la esperanza no atormenta más a los hombres cansados.

Por cierto, ah, allá, bajo las cruces, cerca del mar indiferente
Que sólo piensa en el tiempo pasado, los que buscan
Hallarán por fin sus almas de sonrisas ansiosas por la espera
Y los seguros consuelos de las noches mejores.

Echa al fuego este alcohol, cierra bien la puerta,
Hay en mí pecho seres abandonados que tiritan de frío.
Se diría realmente que toda la música está muerta
Y las horas son tan largas.

No, no quiero verte más como mi amiga:
Sólo debes ser algo, créeme, sumamente grato,
Humo en el techo de una choza, en el ocaso:
Tienes el rostro de la buena jornada de tu vida.

Posa tu dulce cabeza otoñal en mis rodillas, cuéntame
Que hay un gran navío, muy solo, muy solo, mar adentro;
No olvides decirme que sus luces tienen frío
Y que sus ropajes de tela le dan risa al invierno.

Háblame de los amigos muertos desde hace largo tiempo.
Duermen en tumbas que no veremos nunca jamás,
Allá muy lejos, en un país color de silencio y de tiempo.
Si volviesen, ¡cómo sabríamos amarlos!

En la taberna junto al río hay viejos huérfanos
Que cantan porque el silencio de sus almas les da miedo.
De pie en el umbral de oro de la casa de las horas
La sombra hace el signo de la cruz sobre el vino y el pan.

miércoles, 28 de octubre de 2015

Alberto Girri -Gato gris muerto

Alberto Girri, Bs As, 27 de noviembre 1919 – Bs As, 16 de noviembre 1991


Gato gris muerto

Brujos enseñaron que los gatos
pueden alojar almas humanas.

Figura empapada del asfalto o vuelto hacia las nubes,
eres el muerto más perfecto que yo he visto.
Pero cómo descubrir que la vigilia que te llega,
ya indiferente a cualquier invocación,
tu realidad verdadera de hijo del demonio,
de locatario esbelto de almas,
que estableció para tu antepasado africano
la voluntad miedosa de los clanes familiares
y confirmó la impar justicia de la magia.
Pronto vendrán hasta tu cuerpo abandonado
ladrones de velas,
y robarán las tibias, su recatada médula.
Porque es sabido que cuando tales huesos despierten
despertarán las almas en ellas internadas,
y en un pueblo lejano y caníbal,
hombres que trabajan y tienen amores,
instantáneamente se convierten en
estatuas.
Brujos enseñaron que los gatos
pueden alojar almas humanas,
y arañar, si quieren, el corazón del huésped.

lunes, 26 de octubre de 2015

Franz Wright -Dedicatoria

Franz Wright, Viena, 18 de marzo 1953 – EEUU, 14 de mayo 2015
Versión Sandra Toro


Dedicatoria

Es verdad que no te escribo nunca, pero con gusto me moriría con vos.
Con gusto bajaría, solo con vos, hasta la enorme boca
que espera, pasada la juventud, más allá de cada instante de éxtasis, acordate:
nos íbamos a pintar la cara el uno al otro antes de la batalla, y a cepillarnos el pelo
diciéndonos que somos inconquistables, que somos terribles y espléndidos--
la boca que espera, espera con paciencia. Y te voy a encontrar ahí otra vez
pasando las espinas sangrantes, la dilatación eterna, el fuego que no altera nada;
Ya estoy ahí, pasando las nubes de nieve, el musgo pelado, el enjambre tenue de las estrellas que hasta podemos pisar, esta vez es más fácil, te lo prometo--
Ya estoy esperándote en tu cielo privado, acá tenés mi mano, te ayudo a cruzar.
Con gusto me moriría con vos, aunque nunca te escriba
desde este hospital gris. Mirá
qué ocupados están tratando de curarme,
y, perdón, pero estoy condenado. Me dieron el trabajo
de pasarle la aspiradora al desierto para siempre, bueno, nada más ocho horas diarias.
Y de veras queda como a un kilómetro de la cafetería;
por lo menos es una grande. Con sus cuchillos de plástico en miniatura,
su ensalada de atún y sus genitales envueltos en film, por favor
alguien podría
sacarme de acá, perdón. Me alegra decir que
todos los métodos, los fármacos masivos, la terapia artística
y las películas edificantes tanto como las otras que prefiero
no mencionar— quiero decir, cada una de las técnicas
conocidas hasta la boca—¡perdón!— hasta nuestra ciencia más
bondadosa y compasiva están empleándose
para restituir mi bienestar general
y mi estabilidad risueña. Yo sigo aspirando
hacia una lucecita de diamante que se quema
en la distancia. Acordate de mí
¿Te acordás
de mí?
En la oscuridad de la noche sin ventanas
cuando estoy frío y adormilado
y nadie juega con la vía, ni
me ilumina los ojos,
aunque no te escriba, secretamente
quiero morirme con vos,
¿eso cuenta?

sábado, 24 de octubre de 2015

Carlos de la Púa -La Payaso

Carlos de la Púa (malevo Muñoz), La Plata, 14 de enero 1898 - Bs As, 9 de mayo 1950


La Payaso

Fue, desde pebeta, siempre cortejada
cuando requintada, cuando retrechera
cayó a aquel bailongo de la deschavada
su pinta debute con pilcha fulera.

Y obtuvo el requiebro de los gavilanes
y el grato floreo de los bailarines,
que le palpitaron ser con los bacanes
pebeta de carpa pa los berretines.

Y previo unos tangos de cuerpo presente
con púas cancheros en bailes mistongos,
pa los del asfalto se fue prepotente
y a las más corridas les bailó sin tongo.

Y olvidó, mareada por los copetines,
junto con sus viejos, todo el arrabal,
y entre la carnada de turros y afines
bebió hasta las heces la copa del mal. 

jueves, 22 de octubre de 2015

Humberto Costantini -Admitamos

Humberto Costantini, Bs As, 8 de abril 1924 – Bs As, 7 de junio 1987


Admitamos

Admitamos
un aséptico bar,
con fórmicas, ventanas,
chaquetas, música ambiental,
tickets, etcétera.
En frente, un cine o un garage,
o un cartel luminoso,
o simplemente el tiempo T
(él es lento, sombrío, fatigado,
viscoso y previsible).
Ahora bien,
en el caso de que el cartel luminoso
golpee insistentemente hasta la náusea,
y si eliminamos por simplificación
(y por razones obvias) el garage y el cine,
nos quedan agrupados los siguientes recuerdos :
una calle de tierra,
una magnolia,
un perro al que uno amaba,
una zanja con yuyos donde estaba el asombro,
los huevitos de gallo
y la siesta.
Descomponiendo entonces siesta en sus usuales términos :
palomas, aguaciles, pereza
y patio con frescura,
podemos fácilmente admitir la existencia
de otro tiempo T'
particularmente azul
e idéntico al prodigio.
Pero como por definición
están los autos en la avenida Cabildo,
sumados al smog,
a la nostalgia,
al correr despiadado de los años,
y a lo que llamaremos provisoriamente X,
multiplicamos por neurosis,
dividimos por la constante 1954,
y queda por lo tanto :
X igual a miedo, igual a impenetrable cáscara,
igual a envenenada y perra soledad.
Que es justamente
lo que queríamos demostrar.


martes, 20 de octubre de 2015

Enrique Lihn -Porque escribí

Enrique Lihn, Santiago de Chile, 3 de septiembre 1929 – Chile, 10 de julio 1988


Porque escribí

Ahora que quizás, en un año de calma,
piense: la poesía me sirvió para esto:
no pude ser feliz, ello me fue negado,
pero escribí.

Escribí: fui la víctima
de la mendicidad y el orgullo mezclados
y ajusticié también a unos pocos lectores;
tendí la mano en puertas que nunca, nunca he visto;
una muchacha cayó, en otro mundo, a mis pies.

Pero escribí: tuve esta rara certeza,
la ilusión de tener el mundo entre las manos
—¡qué ilusión más perfecta! como un cristo barroco
con toda su crueldad innecesaria—
Escribí, mi escritura fue como la maleza
de flores ácimas pero flores en fin,
el pan de cada día de las tierras eriazas:
una caparazón de espinas y raíces.

De la vida tomé todas estas palabras
como un niño oropel, guijarros junto al río:
las cosas de una magia, perfectamente inútiles
pero que siempre vuelven a renovar su encanto.

La especie de locura con que vuela un anciano
detrás de las palomas imitándolas
me fue dada en lugar de servir para algo.
Me condené escribiendo a que todos dudarán
de mi existencia real,
(días de mi escritura, solar del extranjero).
Todos los que sirvieron y los que fueron servidos
digo que pasarán porque escribí
y hacerlo significa trabajar con la muerte
codo a codo, robarle unos cuantos secretos.
En su origen el río es una veta de agua
—allí, por un momento, siquiera, en esa altura—
luego, al final, un mar que nadie ve
de los que están braceándose la vida.
Porque escribí fui un odio vergonzante,
pero el mar forma parte de mi escritura misma:
línea de la rompiente en que un verso se espuma,
yo puedo reiterar la poesía.

Estuve enfermo, sin lugar a dudas
y no sólo de insomnio,
también de ideas fijas que me hicieron leer
con obscena atención a unos cuantos psicólogos,
pero escribí y el crimen fue menor,
lo pagué verso a verso hasta escribirlo,
porque de la palabra que se ajusta al abismo
surge un poco de oscura inteligencia
y a esa luz muchos monstruos no son ajusticiados.

Porque escribí no estuve en casa del verdugo
ni me dejé llevar por el amor a Dios
ni acepté que los hombres fueran dioses
ni me hice desear como escribiente
ni la pobreza me pareció atroz
ni el poder una cosa deseable
ni me lavé ni me ensucié las manos
ni fueron vírgenes mis mejores amigas
ni tuve como amigo a un fariseo
ni a pesar de la cólera
quise desbaratar a mi enemigo.

Pero escribí y me muero por mi cuenta,
porque escribí porque escribí estoy vivo.

domingo, 18 de octubre de 2015

Wallace Stevens -Mañana de domingo

Wallace Stevens, Pensilvania, 2 de octubre 1879 - Connecticut, 2 de agosto 1955
Versión Adolfo Bioy Casares y Jorge Luis Borges


Mañana de domingo

I
Complacencias del batón, y tardío
Café y naranjas en una silla al sol,
Y la verde libertad de un papagayo,
Se mezclan en una alfombra para disipar
El sagrado silencio de los sacrificios antiguos.
Ella sueña un poco, y siente la oscura
Invasión de esa vieja catástrofe,
Como se oscurece una bonanza entre las luces del agua.
Las vívidas naranjas y las brillantes alas verdes
Parecen cosas en alguna procesión de los muertos,
Serpenteando por las anchurosas aguas, sin ruido,
El día es como un agua anchurosa, sin ruido,
Aquietado para que pasen sus pies que sueñan
Sobre los mares, hacia una silenciosa Palestina,
Dominio de la sangre y del sepulcro.

II
¿Por qué dará su dádiva a los muertos?
¿Qué es la divinidad si sólo llega
En silenciosas sombras y en sueño?
¿No encontrará en consuelos del sol,
En fruta vívida y en las brillantes alas verdes, o sino
En los bálsamos y bellezas de la tierra,
Cosas dignas de amor, como la imagen del cielo?
La divinidad tiene que vivir en ella misma:
Lamentos en la soledad, o indómitos
Entusiasmos cuando la selva florece; huracanadas
Emociones en caminos mojados por las noches de otoño;
Todos los placeres y todas las penas, recordando
La rama del verano y la rama invernal.
Tales son las medidas de su alma.

III
Zeus tuvo en las nubes nacimiento inhumano.
Ninguna madre lo amamantó, ningún dulce país
Dio amplios ademanes a su mítica mente.
Anduvo entre nosotros, como un rey que murmura,
Magnífico, andaría entre sus corzas,
Hasta que nuestra sangre, conjugándose, virginal,
Con el cielo, trajo tal recompensa al deseo que
Hasta las corzas lo divisaron en una estrella.
¿Fracasará nuestra sangre? ¿Llegará a ser
La sangre del Paraíso? ¿Y se parecerá
Toda la tierra que conocemos al Paraíso?
El cielo entonces será más amistoso que ahora,
Participará en el trabajo y participará en el dolor,
Y próximo en la gloria al amor que perdura,
Y no este azul indiferente, que aleja.

IV
Ella dice: “Estoy contenta cuando los pájaros
Antes de volar, prueban la realidad
De los nublados campos con sus dulces preguntas;
Pero cuando los pájaros se han ido, y sus calientes campos
Ya no vuelven, ¿dónde está el Paraíso?”.
No hay morada para la profecía,
Ni antiguas quimeras del sepulcro,
Ni el áureo subterráneo, ni isla
Melodiosa, donde regresan los espíritus,
Ni un visionario sur, ni nebulosa palmera
Remota en una colina del cielo, que ha perdurado
Como perdura el verde de abril; o perdurará
Como su memoria de pájaros despiertos;
O su anhelo de junio y de la tarde, tocado
Por el agotamiento de las alas de la golondrina.

V
Ella dice: “Pero aun siento en el consuelo
La necesidad de una imperecedera ventura”.
La muerte es madre de la belleza; sólo de ella
Vendrá el cumplimiento de nuestros sueños
Y de nuestros deseos. Aunque desparrama las hojas
Del seguro olvido en nuestros senderos,
El sendero que la pena enferma tomó, los muchos senderos
Donde retumbó la crasa fanfarria del triunfo, o donde el amor
Movido por ternura susurró algo,
Hace que el sauce se estremezca en el sol
Para muchachas que solían sentarse y mirar
La hierba, abandonada a sus pies.
Hace que los muchachos apilen nuevas ciruelas y peras
En desdeñadas fuentes. Las muchachas prueban
Y apasionadamente se extravían en las hojas acumuladas.

VI
¿No habrá cambio de muerte en el Paraíso?
¿No cae jamás la fruta madura? ¿Cuelgan las ramas
Grávidas siempre contra el cielo perfecto,
Inmutable, pero tan parecido a nuestra tierra mortal,
Con ríos como los nuestros que buscan mares
Que nunca encuentran, las mismas playas que se alejan
Y que nunca se tocan, con inarticulado dolor?
¿A qué poner el fruto en estas márgenes
O embalsamar las costas con la flor?
Ay de nosotros, que allí usen nuestros colores,
Los tejidos de seda de nuestras tardes,
Y pulsen las cuerdas de nuestros insípidos laúdes.
La muerte es la madre de la belleza, mística,
En cuyo ardiente pecho imaginamos
Nuestras madres terrestres, esperando, insomnes.

VII
Ágil y turbulento, un círculo de hombres
Cantará, orgiástico, en una mañana de verano
Su estentórea devoción al sol,
No como un dios, sino como un dios podría estar
Desnudo entre ellos, como un manantial salvaje.
Su canto será un canto de Paraíso,
Salido de su sangre, volviendo al cielo;
Y en su canto entrarán, voz por voz,
El tempestuoso lago en el que su señor se deleita,
Los árboles como serafines y las retumbantes colinas
Que prolongan el coro mucho después,
Conocerán muy bien la celestial camaradería
De los hombres que mueren y de la mañana estival.
Y el rocío sobre sus pies manifestará
De dónde han venido y adónde van.

VIII
Ella escucha, sobre el agua silenciosa
Una voz que grita: “La sepultura de Palestina
No es el pórtico de los espíritus que se demoran.
Es la tumba de Jesús, donde yació”.
Vivimos en un viejo caos del sol,
O en una vieja dependencia del día y de la noche,
O en la soledad de una isla, sin tutela, libres,
De esa anchurosa agua, inescapable.
Recorren los ciervos nuestras montañas, y las codornices
Silban en torno a sus espontáneos gritos;
Las dulces frutillas maduran en la soledad;
Y, en el aislamiento del cielo,
Al atardecer, bandadas casuales de palomas trazan
Ambiguas ondulaciones cuando descienden
Hacia la oscuridad, con alas abiertas.





viernes, 16 de octubre de 2015

James Joyce -Salí a la ventana

James Joyce, Rathgar, Irlanda, 2 de febrero 1882 - Zúrich, Suiza, 13 de enero 1941 
Versión Alejandra Mendé


Salí a la ventana

Salí a la ventana,
Melena de oro,
Te escuché cantar
Un aire alegre.

Mi libro se cerró,
No leí más,
Mirando bailar el fuego
Sobre el piso.

Tuve que dejar el libro,
Tuve que dejar la habitación,
Porque te oí cantar
A través de la penumbra.

Cantando y cantando
Un aire alegre,
Salí a la ventana,
Melena de oro.

miércoles, 14 de octubre de 2015

Sergio Felipe Mattano -Lamento por las tetas de Angelina Jolie

Sergio Felipe Mattano, Parque de los Patricios, 1 de septiembre 1979 


Lamento por las tetas de Angelina Jolie

                                                                   “Empecé por los pechos”
                                                                    Angelina Jolie, My medical Choice

Esta tarde los noticieros han informado
que en Los Ángeles, California
Angelina Jolie se sacó las tetas.
Lo dicen con profilaxis, por supuesto,
…se ha extirpado las glándulas mamarias…
…doble mastectomía…
e ínsulas del pensamiento de igual calibre
Lo ha dicho ella /en una carta/
q la amenaza de cáncer y etcétera
Lo ha dicho Brad Pitt
que la llamó héroe
porque ya no tiene sus pechos de cardumen
sus exquisitos pezones atiborrados de ganglios
porq sin tetas no hay paraíso
y aquello es Hollywood
dígase el Paraíso
o la región donde dos ubres
te transforman en carne de exportación
o semidiós o héroe /en los labios
del Aquiles de la Troya hollywoodense/
porque como un caballo de madera hueco
se instaló la anomalía y amenaza arrasar la ciudadela
en medio de una orgía celebrando
el éxito el excitado el fuera de sitio
pero todo está en su sitio
salvo las mamas de la jolie
o el amor de Patroclo q ya no introduce
su sexo en la rubia heroína
/hablamos del travestido en Pirra/
ni la aguja en el brazo
/hablamos ahora de Pitt/
Un héroe sacrifica su cuerpo
se extirpa un riñón o una teta
y se lo informa a la prensa internacional
en conmovedoras líneas
por lo menos en el Paraíso
o Hollywood, dígase el Paraíso
en movimiento rectilíneo uniforme
foto a foto / 24 por segundo
pero en ninguna de ellas
un ósculo entre Aquiles y su cousin
o la cicatriz del vacío pectoral
Ay, pobre muchacho q no succionará
lo q tampoco succionó ningún infante somalí
adoptado o redimido de su infierno
o redentor del Paraíso perdido
¿Ya dije muchas veces Paraíso?
Si valiese, diría Pugliese /3 veses
Pugliese /3 vezes
Pugliese /3 veces
pero han visto que los mitos y el cine no
mejor callar / mejor esconderse en el placard
de la historia / mejor extirpar / preventivamente
Tmb me han extirpado del Paraíso, señores de la Prensa
me han sacado de las ubres donde bebía ambrosía
y sin embargo ya me ven aquí
asumiéndome en este derrotero
en este lamento por las desgracias bajo la alfombra
en este lamento por un Edén homofóbico
por un dios censurante / por un héroe sin tetas
Nos han extirpado del Paraíso para q aquello dígase Paraíso
para que limpiemos su mugre /somos el mito latinoamericano
para que cosamos sus vestidos /somos el mito asiático
para que paramos sus hijos /somos el mito africano
para que compremos su Prensa sus miedos su profilaxis sus heroicos despechados su eterna ficción que se corre la cola como el perro del vecino /cuyo patio resulta ni siquiera ser su patio sino la deuda q un mister reclama/ su dolor fingido su culparnos o desplazarnos o torturarnos o asesinarnos bombardearnos invadirnos hasta la luna hasta los mares hasta los nombres hasta los deseos hasta los mitos

Esta tarde, en Los Ángeles, California,
Angelina Jolie, desnuda, frente al espejo,
mira
y
no ve.



lunes, 12 de octubre de 2015

Guillaume Apollinaire -Llueve

Guillaume Apollinaire, Roma, 25 de agosto 1880 – París, 9 de noviembre 1918
Versión Daniel Fara


Llueve

llueven
voces
de mujeres
muertas
hasta
para
el recuerdo
pero
oh
gotitas
ustedes
llueven
maravillosos
reencuentros
sobre
mi vida
y estas
nubes
encabritadas
se ponen
a relinchar
un universo
entero
de aldeas
auriculares
escuchá
cómo llueve
mientras
el dolor
el desdén
lloran
una
antigua
música
escuchá
caer
los hilos
que
te
sostienen
te
suben
y
te
bajan
sin
parar

sábado, 10 de octubre de 2015

Aquilino Elpidio Isla -Algunas sucias caricias ( fragmento )

Aquilino Elpidio Isla, Bs As, 30 de septiembre 1948 - Bs As, 24 de agosto 2015


Algunas sucias caricias ( fragmento )

Ribellí evitaba sentarse del lado de la ventanilla. no le gustaba sentirse a miles de metros de altura en manos de un tipo que no conocía. Pero, esa era la historia de su vida. Siempre estaba en manos de alguien. No le importaba, ni ansiaba llegar a ninguna parte. El tiempo lo había convertido en un perro viejo que prefería ver la vida desde un rincón, confundiendo las ganas de no hacer nada con la sabiduría.


Algunas veces solía cambiar de dueño. Había sido oficial de la Federal. Eran tiempos románticos donde se ayudaba al prójimo a ejercer libremente el santo oficio de robar. Dando por entendido que siempre se robaba a los ricos. El problema moral se saldaba en una cuestión modestamente cercana a la lucha de clases. Lo que a usted le sobra a mi me hace falta y a la mierda. Me lo llevo. Los códigos, más allá de las ambigüedades de la ley, decían: «no veo, no actúo». Nada de investigaciones ni aprietes. Si un tipo se dejaba agarrar iba preso por estúpido más que por ladrón. La ley era simple y efectiva.
 En el setenta y tres lo dieron de baja por considerarlo: «No apto moral para el servicio». En los años siguientes deambuló por varios trabajos y se enamoró de una mujer que era, o había sido, militante de alguna organización más o menos izquierdista. De esa historia nació Agatha. En el setenta y seis las cosas empeoraron para todos. Especialmente para un ex policía devenido comunista. Que a su hija le había puesto el nombre de la hija de Chicho Grande. En el ochenta y tres un amigo le consiguió un trabajo en el servicio de inteligencia y pasó a ser un buchón de la democracia. Por los noventa, después de un tiempo recorriendo bares y redactando informes, que nadie tenía en cuenta, el liberalismo lo había empujado hacia la actividad privada, más concretamente, a una agencia de seguridad. Ahora, como si se le hubiera agujereado el paracaídas, seguía cayendo. Era monotributista en la última categoría, abajo ya no quedaba nada. Investigaciones privadas, decía su tarjeta: Asuntos familiares, informes comerciales, búsqueda de personas, investigaciones confidenciales. Después de varios años se había ganado el derecho a fracasar por su cuenta. Esa era otra de las razones por las que volaba hacia una entrevista con un Ministro llamado Luis Cambell
Ribellí había sido un tipo sin preocupaciones por los grandes enigmas de la vida: el amor, la muerte o Dios no parecían distraerlo. Pero a los casi cincuenta años esas inquietudes estaban allí. Un avión y un vuelo plácido pueden ser un lugar adecuado para este tipo de reflexiones. Hacia abajo podía ver el enorme plano azul del agua. Una voz impersonal anunció que pronto comenzarían las maniobras de aterrizaje.
Estaba contratado para un trabajo. No tenía la menor idea de qué se trataba. Le habían enviado los pasajes y lo esperaba una habitación en un hotel céntrico. La convertibilidad había puesto dólares en sus bolsillos y eso era, por el momento, suficiente argumento para atenuar la temperatura de afuera. Se corrió hasta la ventanilla y miró hacia abajo. A lo lejos había un pueblo en la costa. Preguntó a la azafata donde estaban —Sobrevolamos Malaspina —contestó ella. Extendiendo su cuerpo para ver si el pueblo todavía estaba allí. Ribellí le miró el cuello: tenía unas pequeñas venas, como estrellas azules, flotando en un universo de maquillaje. Aspiró suavemente el perfume. “Issey Miyaky”. Regalo de algún viajero frecuente comprado en el freeshop. Los japoneses que no se privaban de nada ahora fabricaban perfumes, el avión en el que volaban y hasta el reloj barato que él usaba. La mujer era bella aunque trajinada. Los vuelos de cabotaje habían llegado a su vida, su próximo destino sería algún mostrador o un escritorio alejado de la gente. Las empresas aéreas no suelen ser muy comprensivas con la decadencia. La azafata retiró su cuerpo y Ribellí se entretuvo pensando en las cosas de abajo. Veinte años atrás había regresado por primera vez a Malaspina. Ahora, después de la misma cantidad de años, volvía.

«Patagonic Show»
Su casa amiga en Malaspina
Futura Gran Ciudad Del Sur


jueves, 8 de octubre de 2015

Octavio Paz -Trabajos del Poeta

Octavio Paz, México D F, 31 de maro 1914 – México D F, 19 de abril 1998 


Trabajos del Poeta

I
A LAS TRES y veinte como a las nueve y cuarenta y cuatro, desgreñados al alba y pálidos a medianoche, pero siempre puntualmente inesperados, sin trompetas, calzados de silencio, en general de negro, dientes feroces, voces roncas, todos ojos de bocaza, se presentan Tedevoro y Tevomito, Tli, Mundoinmundo, Carnaza, Carroña y Escarnio. Ninguno y los otros, que son mil y nadie, un minuto y jamás. Finjo no verlos y sigo mi trabajo, la conversación un instante suspendida, las sumas y las restas, la vida cotidiana. Secreta y activamente me ocupo de ellos. La nube preñada de palabras viene, dócil y sombría, a suspenderse sobre mi cabeza, balanceándose, mugiendo como un animal herido. Hundo la mano en ese saco caliginoso y extraigo lo que encuentro: un cuerno astillado, un rayo enmohecido, un hueso mondo. Con esos trastos me defiendo, apaleo a los visitantes, corto orejas, combato a brazo partido largas horas de silencio al raso. Crujir de dientes, huesos rotos, un miembro de menos, uno de más, en suma un juego —si logro tener los ojos bien abiertos y la cabeza fría. Pero no hay que mostrar demasiada habilidad: una superioridad manifiesta los desanima. y tampoco excesiva confianza; podrían aprovecharse, y entonces ¿quién responde de las consecuencias?

II
HE DICHO que en general se presentan de negro. Debo añadir que de negro espeso, parecido al humo del carbón. Esta circunstancia les permite cópulas, aglutinaciones, separaciones, ramificaciones. Algunos, hechos de una materia parecida a la mica, se quiebran fácilmente. Basta un manotazo. Heridos, dejan escapar una sustancia pardusca, que no dura mucho tiempo regada en el suelo, porque los demás se apresuran a lamerla con avidez. Seguramente lo hacen para reparar energías.
Los hay de una sola cabeza y quince patas. Otros son nada más rostro y cuello. Terminan en un triángulo afilado. Cuando vuelan, silban como silba en el aire el cuchillo. Los jorobados son orquestas ambulantes e infinitas: en cada jiba esconden otro, que toca el tambor y que a su vez esconde otro, también músico, que por su parte esconde otro, que por la suya… Las bellas arrastran con majestad largas colas de babas. Hay los jirones flotantes, los flecos que cuelgan de una gran bola pastosa, que salta pesadamente en la alfombra; los puntiagudos, los orejudos, los cuchicheantes, los desdentados que se pegan al cuerpo como sanguijuelas, los que repiten durante horas una misma palabra, una misma palabra. Son innumerables e innombrables.
También debo decir que ciertos días arden, brillan ondulan, se despliegan o repliegan (como una capa de torear), se afilan:
los azules, que florecen en la punta del tallo de la corriente eléctrica;
los rojos, que vibran o se expanden o chisporrotean;
los amarillos de clarín, los erguidos, porque los suntuosos se tienden y los sensuales se extienden;
las plumas frescas de los verdes, los siempre agudos y siempre fríos, los esbeltos, puntos sobre las íes de blancos y grises.
¿Son los enviados de Alguien que no se atreve a presentarse o vienen simplemente por su voluntad, porque les nace?

III
TODOS habían salido de casa. A eso de las once advertí que me había fumado el último cigarrillo. Como no deseaba exponerme al viento y al frío, busqué por todos los rincones una cajetilla, sin encontrarla. No tuve más remedio que ponerme el abrigo y descender la escalera (vivo en un quinto piso). La calle, una hermosa calle de altos edificios de piedra gris y dos hileras de castaños desnudos, estaba desierta. Caminé unos trescientos metros contra el viento helado y la niebla amarillenta, sólo para encontrar cerrado el estanco. Dirigí mis pasos hacia un café próximo, en donde estaba seguro de hallar un poco de calor, de música y sobre todo los cigarrillos, objeto de mi salida. Recorrí dos calles más, tiritando, cuando de pronto sentí —no, no sentí: pasó, rauda, la Palabra. Lo inesperado del encuentro me paralizó por un segundo, que fue suficiente para darle tiempo de volver a la noche. Repuesto, alcancé a cogerla por las puntas del pelo flotante. Tiré desesperadamente de esas hebras que se alargaban hacia el infinito, hilos de telégrafo que se alejan irremediablemente con un paisaje entrevisto, nota que sube, se adelgaza, se estira, se estira… Me quedé solo en mitad de la calle, con un pluma roja entre las manos amoratadas.

IV
ECHADO en la cama, pido el sueño bruto, el sueño de la momia. Cierro los ojos y procuro no oír el tam-tam que suena en no sé qué rincón de la pieza. “El silencio está lleno de ruidos me digo y lo que oyes, no lo oyes de verdad. Oyes al silencio.” y el tam-tam continúa, cada vez más fuerte: es un ruido de cascos de caballo galopando en un campo de piedra; es una hacha que no acaba de derribar un árbol gigante; una prensa de imprenta imprimiendo un solo verso inmenso, hecho nada más de una sílaba, que rima con el golpe de mi corazón; es mi corazón que golpea la roca y la cubre con una andrajosa túnica de espuma; es el mar, la resaca del mar encadenado, que cae y se levanta, que se levanta y cae, que cae y se levanta; son las grandes paletadas del silencio cayendo en el silencio.

V
JADEO, viscoso aleteo. Buceo, voceo, clamoreo por el descampado. Vaya malachanza. Esta vez te vacío la panza, te tuerzo, te retuerzo, te volteo y voltibocabajeo, te rompo el pico, te refriego el hocico, te arranco el pito, te hundo el esternón. Broncabroncabrón. Doña campamocha se come en escamocho el miembro mocho de don campamocho. Tli, saltarín cojo, baila sobre mi ojo. Ninguno a la vista. Todos de mil modos, todos vestidos el de inmundos apodos, todos y uno: Ninguno. Te desfondo a fondo, te desfundo de tu fundamento. Traquetea mi ráquea aquea. El carrascaloso se rasca la costra de caspa. Doña campamocha se atasca, tarasca. El sinuoso, el silbante babeante, al pozo con el gozo. Al pozo de ceniza. El erizo se irisa, se eriza, se riza de risa. Sopa de sapos, cepo de pedos, todos a una, bola de sílabas de estropajo, bola de gargajo, bola de vísceras de sílabas, sílabas, sibilas, badajo, sordo badajo. Jadeo, penduleo desguanguilado, jadeo.

VI
AHORA, después de los años, me pregunto si fue verdad o un engendro de mi adolescencia exaltada: los ojos que no se cierran nunca, ni en el momento de la caricia; ese cuerpo demasiado vivo (antes sólo la muerte me había parecido tan rotunda, tan totalmente ella misma, quizá porque en lo que llamamos vida hay siempre trozos y partículas de no-vida); ese amor tiránico, aunque no pide nada, y que no está hecho a la medida de nuestra flaqueza. Su amor a la vida obliga a desertar la vida; su amor al lenguaje lleva al desprecio de las palabras; su amor al juego conduce a pisotear las reglas, a inventar otras, a jugarse la vida en una palabra. Se pierde el gusto por los amigos, por las mujeres razonables, por la literatura, la moral, las buenas compañías, los bellos versos, la psicología, las novelas. Abstraído en una meditación que consiste en ser una meditación sobre la inutilidad de las meditaciones, una contemplación en la que el que contempla es contemplado por lo que contempla y ambos por la Contemplación, hasta que los tres son uno se rompen los lazos con el mundo la razón y el lenguaje. Sobre todo con el lenguaje —ese cordón umbilical que nos ata al abominable vientre rumiante. Te atreves a decir No, para un día poder decir mejor Si. Vacías tu ser de todo la que los Otros la rellenaron: grandes y pequeñas naderías, todas las naderías de que está hecho el mundo de los Otros. Y luego te vacías de ti mismo, porque tú —lo que llamamos yo o persona— también es imagen, también es Otro, también es nadería. Vaciado, limpiado de la nada purulenta del yo, vaciado de tu imagen, ya no eres sino espera y aguardar. Vienen eras de silencio, eras de sequía y de piedra. A veces, una tarde cualquiera, un día sin nombre, cae una Palabra, que se posa levemente sobre esa tierra sin pasado. El pájaro es feroz y acaso te sacará los ojos. Acaso, más tarde, vendrán otros.

VII
ESCRIBO sobre la mesa crepuscular, apoyando fuerte la pluma sobre su pecho casi vivo, que gime y recuerda al bosque natal. La tinta negra abre sus grandes alas. La lámpara estalla y cubre mis palabras una capa de cristales rotos. Un fragmento afilado de luz me corta la mano derecha. Continúo escribiendo con ese muñón que mana sombra. La noche entra en el cuarto, el muro de enfrente adelanta su jeta de piedra, grandes témpanos de aire se interponen entre la pluma y el papel. Ah, un simple monosílabo bastaría para hacer saltar al mundo. Pero esta noche no hay sitio para una sola palabra más.

VIII
ME TIENDO en la cama pero no puedo dormir. Mis ojos giran en el centro de un cuarto negro, en donde todo duerme con ese dormir final y desamparado con un que duermen los objetos cuyos dueños se han muerto o se han ido de pronto y para siempre, sueño obtuso de objeto entregado a su propia pesadez inanimada, sin calor de mano que lo acaricie o lo pula. Mis ojos palpan inútilmente el ropero, la silla, la mesa, objetos que me deben la vida pero que se niegan a reconocerme y compartir conmigo estas horas. Me quedo quieto en medio de la gran explanada egipcia. Pirámides y conos de sombra me fingen una inmortalidad de momia. Nunca podré levantarme. Nunca será otro día. Estoy muerto. Estoy vivo. No estoy aquí. Nunca me he movido de este lecho. Jamás podré levantarme. Soy una plaza donde te embisto capas ilusorias que me tienden toreros enlutados. Don Tancredo se yergue en el centro, relámpago de yeso. Lo ataco, mas cuando estoy a punto de derribarlo siempre hay alguien que llega al quite. Embisto de nuevo, bajo la rechifla de mis labios inmensos, que ocupan todos los tendidos. Ah, nunca acabo de matar al toro, nunca acabo de ser arrastrado por esas mulas tristes que dan vueltas y vueltas al ruedo, bajo el ala fría de ese silbido que decapita la tarde como una navaja inexorable. Me incorporo: apenas es la una. Me estiro, mis pies salen de mi cuarto, mi cabeza horada las paredes. Me extiendo por lo inmenso como las raíces de un árbol sagrado, como la música, como el mar. La noche se llena de patas, dientes, garras, ventosas. ¿Cómo defender este cuerpo demasiado grande? ¿Qué harán, a kilómetros de distancia, los dedos de mis pies, los de mis manos, mis orejas? Me encojo lentamente. Cruje la cama, cruje mi esqueleto, rechinan los goznes del mundo. Muros, excavaciones, marchas forzadas sobre la inmensidad de un espejo, velas nocturnas, altos y jadeos a la orilla de un pozo cegado. Zumba el enjambre de engendros. Copulan coplas cojas. ¡Tambores en mi vientre y un rumor apagado de caballos que se hunden en la arena de mi pecho! Me repliego. Entro en mí por mi oreja izquierda. Mis pasos retumban en el abandono de mi cráneo, alumbrado sólo por una constelación granate. Recorro a tientas el enorme salón desmantelado. Puertas tapiadas, ventanas ciegas. Penosamente, a rastras, salgo por mi oreja derecha a la luz engañosa de las cuatro y media de la mañana. Oigo los pasos quedos de la madrugada que se insinúa por las rendijas, muchacha flaca y perversa que arroja una carta llena de insidias y calumnias. Las cuatro y treinta, las cuatro y treinta, las cuatro y treinta. El día se me echa encima con su sentencia: habrá que levantarse y afrontar el trabajo diario, los saludos matinales, las sonrisas torcidas, los amores en lechos de agujas, las penas y las diversiones que dejan cicatrices imborrables. y todo sin haber reposado un instante, pues ahora que estoy muerto de sueño y cierro los ojos pesadamente, el reloj me llama: son las ocho, ya es hora.

IX
LO MÁS fácil es quebrar una palabra en dos. A veces los fragmentos siguen viviendo, con vida frenética, feroz, monosilábica. Es delicioso echar ese puñado de recién nacidos al circo: saltan, danzan, botan y rebotan, gritan incansablemente, levantando sus coloridos estandartes. Pero cuando salen los leones hay un gran silencio, interrumpido sólo por las incansables, majestuosas mandíbulas…
Los injertos ofrecen ciertas dificultades. Resultan casi siempre monstruos débiles: dos cabezas rivales que se mordisquean y extraen toda la sangre aun medio-cuerpo; águilas con picos de paloma que se destrozan cada vez que atacan; palomas con picos de águila, que desgarran cada vez que besan; mariposas paralíticas. El incesto es ley común. Nada les gusta tanto como las reuniones en el seno de una misma familia. Pero es una superstición sin fundamento atribuir a esta circunstancia la pobreza de los resultados.
Llevado por el entusiasmo de los experimentos abro en canal a una, saco los ojos a otra, corto piernas, agrego brazos, picos, cuernos. Colecciono manadas, que someto a un régimen de colegio, de cuartel, de cuadra, de convento. Adulo instintos, corto y recorto tendencias y alas. Hago picudo lo redondo, espinoso lo blando, reblandezco huesos, osifico vísceras. Pongo diques a las inclinaciones naturales. Y así creo seres graciosos y de poca vida.
A la palabra torre le abro un agujero rojo en la frente. A la palabra odio la alimento con basuras durante años, hasta que estalla en una hermosa explosión purulenta, que infecta por un siglo el lenguaje. Mato de hambre al amor, para que devore lo que encuentre. A la hermosura le sale una joroba en la u. Y la palabra talón, al fin en libertad, aplasta cabezas con una alegría regular, mecánica. Lleno de arena la boca de las exclamaciones. Suelto a las remilgadas en la cueva donde gruñen los pedos. En suma, en mi sótano se corta, se despedaza, se degüella, se pega, se cose y recose. Hay tantas combinaciones como gustos.
Pero esos juegos acaban por cansar. Y entonces no queda sino el Gran Recurso: de una manotada. aplastas seis o siete —o diez o mil millones— y con esa masa blanda haces una bola que dejas a la intemperie hasta que se endurezca y brille como una partícula de astro. Una vez que esté bien fría, arrójala con fuerza contra esos ojos fijos que te contemplan desde que naciste. Si tienes tino, fuerza y suerte, quizá destroces algo, quizá le rompas la cara al mundo, quizá tu proyectil estalle contra el muro y le arranque unas breves chispas que iluminen un instante el silencio.

X
No BASTAN los sapos y culebras que pronuncian las bocas de albañal. Vómito de palabras, purgación del idioma infecto, comido y recomido por unos dientes cariados, basca donde nadan trozos de todos los alimentos que nos dieron en la escuela y de todos los que, solos o en compañía, hemos masticado desde hace siglos. Devuelvo todas las palabras, todas las creencias, toda esa comida fría con que desde el principio nos atragantan.
Hubo un tiempo en que me preguntaba: ¿dónde está el mal? , ¿dónde empezó la infección, en la palabra o en la cosa? Hoy sueño un lenguaje de cuchillos y picos, de ácidos y llamas. Un lenguaje de látigos. Para execrar, exasperar, excomulgar, expulsar, exheredar, expeler, exturbar, excopiar, expurgar, excoriar, expilar, exprimir, expectorar, exulcerar, excrementar (los sacramentos), extorsionar, extenuar (el silencio), expiar.
Un lenguaje que corte el resuello. Rasante, tajante, cortante. Un ejército de sables. Un lenguaje de aceros exactos, de relámpagos afilados, de esdrújulos y agudos, incansables, relucientes, metódicas navajas. Un lenguaje guillotina. Una dentadura trituradora, que haga una masa del yotúélnosotrosvosotrosellos. Un viento de cuchillos que desgarre y desarraigue y descuaje y deshonre las familias, los templos, las bibliotecas, las cárceles, los burdeles, los colegios, los manicomios, las fábricas, las academias, los juzgados, los bancos, las amistades, las tabernas, la esperanza, la revolución, la caridad, la justicia, las creencias, los errores, las verdades, la fe.

XI
RONDA, se insinúa, se acerca, se aleja, vuelve de puntillas y, si alargo la mano, desaparece, una Palabra. Sólo distingo su cresta orgullosa: Cri. ¿Cristo, cristal, crimen, Crimea, crítica, Cristina, criterio? Y zarpa de mi frente una piragua, con un hombre armado de una lanza. La leve y frágil embarcación corta veloz las olas negras, las oleadas de sangre negra de mis sienes. Y se aleja hacia dentro. El cazador-pescador escruta la masa sombría y anubarrada del horizonte, henchido de amenazas hunde los ojos sagaces en la rencorosa espuma, aguza el oído, olfatea. A veces cruza la oscuridad un destello vivaz, un aletazo verde y escamado. Es el Cri, que sale un momento al aire, respira y se sumerge de nuevo en las profundidades. El cazador sopla el cuerno que lleva atado al pecho, pero su enlutado mugido se pierde en el desierto de agua. No hay nadie en el inmenso lago salado. Y está muy lejos ya la playa rocallosa, muy lejos las débiles luces de las casuchas de sus compañeros. De cuando en cuando el Cri reaparece, deja ver su aleta nefasta y se hunde. El remero fascinado lo sigue, hacia dentro, cada vez más hacia dentro.

XII
LUEGO de haber cortado todos los brazos que se tendían hacia mí; luego de haber tapiado todas las ventanas y puertas; luego de haber inundado con agua envenenada los fosos; luego de haber edificado mi casa en la roca de un No inaccesible a los halagos y al miedo; luego de haberme cortado la lengua y luego de haberla devorado; luego de haber arrojado puñados de silencio y monosílabos de desprecio a mis amores; luego de haber olvidado mi nombre y el nombre de mi lugar natal y el nombre de mi estirpe; luego de haberme juzgado y haberme sentenciado a perpetua espera ya soledad perpetua, oí contra las piedras de mi calabozo de silogismos la embestida húmeda, tierna, insistente, de la primavera.

XIII
HACE AÑOS, con piedrecitas, basuras y yerbas, edifiqué Tilantlán. Recuerdo la muralla, las puertas amarillas con el signo digital, las calles estrechas y malolientes que habitaba una plebe ruidosa, el verde Palacio del Gobierno y la roja Casa de los Sacrificios, abierta como una mano, con sus cinco grandes templos y sus calzadas innumerables. Tilantlán, ciudad gris al pie de la piedra blanca, ciudad agarrada al suelo con uñas y dientes, ciudad de polvo y plegarias. Sus moradores —astutos, ceremoniosos y coléricos— adoraban a las Manos, que los habían hecho, pero temían a los Pies, que podrían destruirlos. Su teología, y los renovados sacrificios con que intentaron comprar el amor de las Primeras y asegurarse la benevolencia de los Últimos, no evitaron que una alegre mañana mi pie derecho los aplastara, con su historia, su aristocracia feroz, sus motines, su lenguaje sagrado, sus canciones populares y su teatro ritual. Y sus sacerdotes jamás sospecharon que Pies y Manos no eran sino las extremidades de un mismo dios.

XIV
DIFÍCILMENTE, avanzando milímetros por año, me hago un camino entre la roca. Desde hace milenios mis dientes se gastan y mis uñas se rompen para llegar allá, al otro lado, a la luz y el aire libre. Y ahora que mis manos sangran y mis dientes tiemblan, inseguros, en una cavidad rajada por la sed y el polvo, me detengo y contemplo mi obra: he pasado la segunda parte de mi vida rompiendo las piedras, perforando las murallas, taladrando las puertas y apartando los obstáculos que interpuse entre la luz y yo durante la primera parte de mi vida.

XV
¡PUEBLO mío, pueblo que mis magros pensamientos alimentan con migajas, con exhaustas imágenes penosamente extraídas de la piedra! Hace siglos que no llueve. Hasta la yerba rala de mi pecho ha sido secada por el sol. El cielo, limpio de estrellas y de nubes, está cada día más alto. Mi sangre se extenúa entre venas endurecidas. Nadie te aplaca ya, Cólera, centella que te rompes los dientes contra el Muro; nada a vosotras, Virgen, Estrella Airada, hermosuras con alas, hermosuras con garras. Todas las palabras han muerto de sed. Nadie podrá alimentarse con estos restos pulidos, ni siquiera mis perros, mis vicios. Esperanza, águila famélica, déjame sobre esta roca parecida al silencio. Y tú, viento que soplas del Pasado, sopla con fuerza, dispersa estas pocas sílabas y hazlas aire y transparencia. ¡Ser al fin una Palabra, un poco de aire en una boca pura, un poco de agua en unos labios ávidos! Pero ya el olvido pronuncia mi nombre: míralo brillar entre sus labios como el hueso que brilla un instante en el hocico de la noche de negro pelaje. Los cantos que no dije, los cantos del arenal, los dice el viento de una sola vez, en una sola frase interminable, sin principio, sin fin y sin sentido.

XVI
COMO un dolor que avanza y se abre paso entre vísceras que ceden y huesos que resisten, como una lima que lima los nervios que nos atan a la vida, sí, pero también como una alegría súbita, como abrir una puerta que da al mar, como asomarse al abismo y como llegar a la cumbre, como el río de diamante que horada la roca y como la cascada azul que cae en un derrumbe de estatuas y templos blanquísimos, como el pájaro que sube y el relámpago que desciende, batir de alas, pico que desgarra y entreabre al fin el fruto, tú, mi Grito, surtidor de plumas de fuego, herida resonante y vasta como el desprendimiento de un planeta del cuerpo de una estrella, caída infinita en un cielo de ecos, en un cielo de espejos que te repiten y destrozan y te vuelven innumerable, infinito y anónimo.

martes, 6 de octubre de 2015

Hugo Di Florio -Soy

Hugo Di Florio, Bs As, 10 de diciembre 1936 – Bs As, 29 de junio 2009


Soy

El Estudio de Federico Chopin continuó
sonando en mi abismo como la piedra en el agua suave.
Una piedra de cal y bronce
sobre el aire hendido por esta resonancia.
Ahora el paño blanco bajo el teclado me lleva horizontal
como quien anda sobre manos extendidas y firmes
para dejar al fin del viaje una ofrenda de salvación.

Llego a la Plaza de Mayo
en una mañana clara y fría. Me miran el Cabildo,
la Catedral, el Colegio de San Carlos, San Ignacio,
la Pirámide –una señora pequeña y prestigiosa.
La Casa donde están los emblemas del poder,
sólo los emblemas. Mustios después de tantas
y tantas esperanzas de la pobre viuda.

España plantó el tronco, el poste inolvidable.
Se derramó como el agua inacabable en un Continente
cuyo Sur habitamos desde cuatro o cinco siglos. Ayer nomás.
Ayer la tierra negra y el pasto soportaron
vacadas cimarronas, paja y barro con montes
remontando los ríos.

Estas pampas me anunciaron. Veo mi nombre
escrito en la tierra seca cuando piso el suelo de la Plaza.
Los gauchos llegaron en la madrugada, los chambergos
no esperaron a sus dueños, entraron con ellos
después de más de dos siglos de chozas. Barro y agua
que no temieron el cielo ni el Río ni lo oscuro.
Brilla el sol. Arde mi alma hablando con los restos.
Ladrillos que se asoman al verme. Tristes árboles.
Huellas revelan la tierra seca bajo mis pie,
polvo y caballos en la madrugada
y después los señores: Mitre, Roca
y la Francia que vistió para siempre una aldea inmortal
e impuso cuello blanco y clavecín
en ángulos que descubrían los abuelos.

Pues sí. Triunfó la piedra monumental
sobre fardos y relinchos. Aunque la gramilla
siguió brotando en los bordes helados del cemento seco.
Décadas, siglos de alambre contra pastos,
de polvo contra vidrio y portales.
Desde siempre somos y estamos en esta Plaza inmóvil.

Levanto vuelo y veo desde las nubes
mansiones verdes, indios en retirada
y mis padres cruzando un universo de agua.
El chiripá y el guardamontes
son por aquí un recuerdo lejano
pero pugnan los pastos y sus puntas
saludan desde cornisas y bordes de tierras sin consuelo.

En 1830, mientras no terminaba de nacer este invento
en el Sur extremo,
esta Pampa incomprensible con ganado, Aduana,
poncho y estancias grandes;
Federico Chopin dibujaba una trama de notas
en este papel que hoy me estremece
cuando suena en mi alcoba
o en los últimos salones de París.

                                                                                                    A Luis O. Tedesco    

domingo, 4 de octubre de 2015

Valeria Pariso -XXII

Valeria Pariso, Buenos Aires, 6 de febrero 1970


XXII

Giraban en el living de tu casa
las hojas de los fresnos,
el aire olía a morfina,
era otoño, recuerdo,
y el viento enloquecía al ras el piso.

Qué cosa rara esa tarde,
nuestra  quietud callada en los sillones,
el polvo anticipado,
y vos, hermana, muriéndote
con las ventanas abiertas.



viernes, 2 de octubre de 2015

Hugo Caamaño -Caminata

Hugo Caamaño, Córdoba, 20 de febrero 1923 - Córdoba, 29 de septiembre 2015
Foto: Silvia Di Florio


Caminata

Las puertas de mi corazón han sido abiertas.
A la sombría casa ha entrado el viento,
el mar, la luz, un hombre, una mujer, el Universo.
Hoy he saltado de la cama convertido en un dios.
He salido a pasearme por un barrio de árboles viejos.
Mañana inmensa, aérea, sin un pájaro.
Todos los hombres y mujeres que encuentro
son hermosos. Y sin que ellos lo sepan
-asombrado de mi felicidad y de mi fuerza-
yo los inmortalizo si me miran.

Hoy 27 de junio son eternos.

Pero yo no soy hombre de quedarme en los barrios.
Para mí la realidad que piso es el país.
Mis pasos son de provincia a provincia.
Y aún suspiro nostálgico
por América derramada en las fronteras
américa –repito- América, América.
Y me paseo en la mañana vaporosa.
Eternidad –digo yo-, Eternidad, Eternidad.
Y pienso en cómo los íntimos amigos envejecen.

Amor –vuelvo a decir- Amor, Amor.
Y las ciudades crecen lentamente,
languidecen a mi paso,
vierten sus femeninas cabezas en mi pecho,
pero sólo un instante.