sábado, 10 de octubre de 2015

Aquilino Elpidio Isla -Algunas sucias caricias ( fragmento )

Aquilino Elpidio Isla, Bs As, 30 de septiembre 1948 - Bs As, 24 de agosto 2015


Algunas sucias caricias ( fragmento )

Ribellí evitaba sentarse del lado de la ventanilla. no le gustaba sentirse a miles de metros de altura en manos de un tipo que no conocía. Pero, esa era la historia de su vida. Siempre estaba en manos de alguien. No le importaba, ni ansiaba llegar a ninguna parte. El tiempo lo había convertido en un perro viejo que prefería ver la vida desde un rincón, confundiendo las ganas de no hacer nada con la sabiduría.


Algunas veces solía cambiar de dueño. Había sido oficial de la Federal. Eran tiempos románticos donde se ayudaba al prójimo a ejercer libremente el santo oficio de robar. Dando por entendido que siempre se robaba a los ricos. El problema moral se saldaba en una cuestión modestamente cercana a la lucha de clases. Lo que a usted le sobra a mi me hace falta y a la mierda. Me lo llevo. Los códigos, más allá de las ambigüedades de la ley, decían: «no veo, no actúo». Nada de investigaciones ni aprietes. Si un tipo se dejaba agarrar iba preso por estúpido más que por ladrón. La ley era simple y efectiva.
 En el setenta y tres lo dieron de baja por considerarlo: «No apto moral para el servicio». En los años siguientes deambuló por varios trabajos y se enamoró de una mujer que era, o había sido, militante de alguna organización más o menos izquierdista. De esa historia nació Agatha. En el setenta y seis las cosas empeoraron para todos. Especialmente para un ex policía devenido comunista. Que a su hija le había puesto el nombre de la hija de Chicho Grande. En el ochenta y tres un amigo le consiguió un trabajo en el servicio de inteligencia y pasó a ser un buchón de la democracia. Por los noventa, después de un tiempo recorriendo bares y redactando informes, que nadie tenía en cuenta, el liberalismo lo había empujado hacia la actividad privada, más concretamente, a una agencia de seguridad. Ahora, como si se le hubiera agujereado el paracaídas, seguía cayendo. Era monotributista en la última categoría, abajo ya no quedaba nada. Investigaciones privadas, decía su tarjeta: Asuntos familiares, informes comerciales, búsqueda de personas, investigaciones confidenciales. Después de varios años se había ganado el derecho a fracasar por su cuenta. Esa era otra de las razones por las que volaba hacia una entrevista con un Ministro llamado Luis Cambell
Ribellí había sido un tipo sin preocupaciones por los grandes enigmas de la vida: el amor, la muerte o Dios no parecían distraerlo. Pero a los casi cincuenta años esas inquietudes estaban allí. Un avión y un vuelo plácido pueden ser un lugar adecuado para este tipo de reflexiones. Hacia abajo podía ver el enorme plano azul del agua. Una voz impersonal anunció que pronto comenzarían las maniobras de aterrizaje.
Estaba contratado para un trabajo. No tenía la menor idea de qué se trataba. Le habían enviado los pasajes y lo esperaba una habitación en un hotel céntrico. La convertibilidad había puesto dólares en sus bolsillos y eso era, por el momento, suficiente argumento para atenuar la temperatura de afuera. Se corrió hasta la ventanilla y miró hacia abajo. A lo lejos había un pueblo en la costa. Preguntó a la azafata donde estaban —Sobrevolamos Malaspina —contestó ella. Extendiendo su cuerpo para ver si el pueblo todavía estaba allí. Ribellí le miró el cuello: tenía unas pequeñas venas, como estrellas azules, flotando en un universo de maquillaje. Aspiró suavemente el perfume. “Issey Miyaky”. Regalo de algún viajero frecuente comprado en el freeshop. Los japoneses que no se privaban de nada ahora fabricaban perfumes, el avión en el que volaban y hasta el reloj barato que él usaba. La mujer era bella aunque trajinada. Los vuelos de cabotaje habían llegado a su vida, su próximo destino sería algún mostrador o un escritorio alejado de la gente. Las empresas aéreas no suelen ser muy comprensivas con la decadencia. La azafata retiró su cuerpo y Ribellí se entretuvo pensando en las cosas de abajo. Veinte años atrás había regresado por primera vez a Malaspina. Ahora, después de la misma cantidad de años, volvía.

«Patagonic Show»
Su casa amiga en Malaspina
Futura Gran Ciudad Del Sur


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