domingo, 6 de noviembre de 2016

Paul Verlaine -Noche del Walpurgis clásico

Paul Verlaine, Metz, 30 de marzo 1844 – París, 8 de enero 1896
Versión Lino Mondino


Noche del Walpurgis clásico

Era más bien el sabbat del segundo Fausto,
un rítmico sabbat, rítmico, extremadamente
rítmico. Imaginen un jardín de Lenôtre,
correcto, ridículo y encantador.

Unas plazas; en el centro, los surtidores;
unas avenidas  muy rectas, bosques de mármol,
dioses marinos de bronce, aquí y allá, unas Venus
expuestas; unos tres telares, unos huertos;

castaños, parcelas de flores formando dunas;
aquí, unos rosales enanos que un sabio gusto alinea;
más allá, unos tejos tallados en triángulos.
La luna de una noche de verano sobre todo esto.

Suena la medianoche y despierta en el fondo
del parque áulico con un aire melancólico,
un sordo, lento y dulce aire de caza, tan dulce,
lento, sordo y triste como el aire de caza de Tannhauser.

Cantos velados de lejanos cuernos de caza,
donde la ternura de los sentidos abraza
el espanto del alma de los acordes armoniosamente
disonantes  de la embriaguez; y ya la llamada de las trompas

se entrelaza de repente a unas formas muy blancas,
diáfanas, y que el claro de luna las hace
opalinas entre la sombra  verde de ramas:
-¡Un Watteau soñado por Raffet!-

Se entrelazan entre las sombras verdes de los árboles
con un gesto decaído, lleno de profunda desesperación;
luego, alrededor de los macizos, de los bronces
y de los mármoles, muy lentamente bailan en círculo.

Estos espectros agitados, ¿son el pensamiento
del poeta ebrio o son su lamento, o su remordimiento,
Esos espectros agitados en turba cadencia,
O, simplemente, no son más que muertos?

¿Son tus remordimientos, oh desvarío que invita  al horror,
son tu lamento o tu pensamiento, todos esos espectros
que un vértigo irresistible agita,
o son sólo muertos que estuvieron locos?

¡No importa van siempre, los febriles fantasmas,
llevando su ronda grande y triste, tambaleando,
como en un rayo de sol los átomos,
y evaporándose al instante.

Húmeda y pálida, el alba silencia una tras otra
las trompas, de tal modo que no queda absolutamente nada
–absolutamente– más que un jardín de Lenôtre,
correcto, ridículo y encantador.

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