domingo, 24 de diciembre de 2017

Yorgos Seferis -Gymnopedia

Yorgos Seferis, Urla, 13 de marzo 1900 – Atenas, 20 de septiembre 1971 
Traducción Jaime García Torres


Gymnopedia

         La isla de Santorini (la antigua Thira) está compuesta geoló-
         gicamente de piedra pómez y caolín; en su bahía... han apa-
         recido y desaparecido islas. Era el centro de una religión muy
         antigua cuya liturgia comprendía danzas líricas de un ritmo 
         grave y austero, llamadas Gymnopedias.
                                                                           Guía de Grecia

Santorini
Asómate si puedes al mar en sombras, olvidando
el son de flauta para los pies desnudos
que pisaban tu sueño en otro tiempo, tiempo devorado.

Graba si puedes en la última de tus conchas
nombre, lugar y día
y arrójala después a las fauces del mar.

Desnudos nos hallamos encima de la piedra esponjosa,
contemplando las islas que surgían,
mirando sumergirse las islas coloradas
en su propio soñar, en nuestro sueño.
Estábamos aquí, desnudos, sosteniendo
la balanza inclinada
en pro de la injusticia.

Talón de poderío, voluntad inmaculada, meditado amor,
designios que maduran bajo el sol de mediodía,
sendero del destino al ritmo de las manos jóvenes
que palmean sobre los hombros;
en el país disperso, despojado de toda resistencia,
en el país que ayer apenas era nuestro
húndanse las islas, orín y ceniza.

Altares demolidos
y amigos olvidados,
hojas de palmera entre el fango.
Deja si puedes que tus manos viajen
aquí, confín del tiempo, en el navío
que ha visitado el horizonte.

Los dados ya sobre la losa,
ya que la lanza dio con la coraza,
reconocido por el ojo el extranjero,
y el amor desecado
en almas como cribas;
cuando miras alrededor y encuentras
en torno a ti los pies segados,
en torno a ti las manos muertas,
en torno a ti los ojos entenebrecidos;
cuando ya ni siquiera puedes elegir
la muerte que quisiste tuya,
morir oyendo un grito,
fuera un gritó de lobo,
cual es tu derecho;
deja que tus manos viajen,
despréndete del tiempo desleal
y sumérgete dentro del océano;
habrá de sumergirse quien sustenta las enormes rocas.

Micenas
Dame tus manos, dame tus manos, dame tus manos.

He visto en medio de la noche
la puntiaguda cima de la montaña.
He visto más allá la llanura anegada
en la luz de una luna que brillaba escondiéndose.
Al volver la cabeza he visto
las negras piedras apretujadas
y mi vida en tensión como una cuerda,
principio y fin,
el instante postrero;
mis manos.

Húndase el que sustenta las enormes rocas;
piedras que soporté mientras podía,
piedras que amé mientras podía,
estas piedras, mi destino.

Herido por mi propio consuelo,
tiranizado por mi propia túnica,
condenado por mis propios dioses,
estas piedras.

Sé que no saben, pero yo
que seguí tantas veces
la ruta que conduce del asesino a la víctima,
desde la víctima al castigo
y del castigo al otro crimen,
palpando
la inextinguible púrpura,
la tarde aquella del retorno
cuando las Furias empezaban a silbar
entre la yerba rala,
he visto las serpientes cruzadas con las víboras,
entrelazadas en generación maldita;
nuestro destino.

Voces que vienen de la piedra, del sueño,
más profundas aquí, en donde se oscurece el mundo
memoria del esfuerzo enraizado en el ritmo
que golpea la tierra
con pies ya en el olvido
cuerpos engullidos en los cimientos
de otra era, desnudos. Ojos
tercamente clavados en un punto
que no distinguirás por más que quieras;
el alma
que lucha por volverse tu alma.

Ya no te pertenece ni siquiera el silencio,
aquí donde las piedras de molino detuvieron su marcha




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