miércoles, 28 de febrero de 2018

Laura Casielles -Marrakech

Laura Casielles, Pola de Siero, Asturias, 5 de junio 1986


Marrakech
Historia contemporánea
           
                                           No la gloria de la invasión, sino la gloria de la bienvenida
                                           No la alegría de vencer, sino la de vivir
                                           No la barbarie de la violencia, sino la urbanidad de la astucia
                                                 (Adonis)


Youssef Ibn Tachfine, rey bereber,
sacó a las tribus del desierto para fundar la ciudad rosada.
Corría el año 1062
de nuestra era; era
su intención tener una atalaya
desde la que seguir cabalgando hacia el norte
para extender su manto sobre mares y valles.

Youssef Bennani, herrero experto,
funda la ciudad todos los lunes,
cuando coge un taxi colectivo en la plaza de arena
y llega pronto a la tienda de Sidi Ismail
y se quiebra las manos haciendo filigranas de faroles
y retorcidas patas para mesas de cobre.

Hassan Kintawi -camarero, pícaro,
tostador de brochetas, por encargo lo que quieras-
funda la ciudad todos los días
ayudando a montar el puesto ciento doce
de la plaza de Jema El Fná,
diciendo guapa, pretty, ven conmigo
a las chicas risueñas, recogiendo
los restos de las cenas.
Fatima Kintawi, su mujer
desde hace trece años y cinco
niños, funda la ciudad a cada hora,
con su quedarse en casa.

John, Paul, Dora, Leslie
y todos sus amigos del gran autobús
fundan la ciudad cuando pisan con sus chanclas
ese mosaico azul,
cuando compran cuero y hacen fotos,
cuando se alojan
en la que fue la casa de Fadua y sus hermanas.

Fadua y sus hermanas,
que viven ahora en las afueras,
fundan la ciudad cada vez que la recorren para llegar al barrio
y visitar a sus viejos amigos. Sus viejos amigos
fundan la ciudad cada vez que invitan a un tajine a un extranjero
y le dicen: cuéntanos, cómo se vive allá, queremos ir.

Ghita Larguich, que prefiere que la llamen Rita,
funda la ciudad cada vez que va al Zara del barrio de Guéliz
y compra un bolso made in China para ponerse el viernes
de camino a Pachá. Mohammed Larguich, padre de siete,
funda la ciudad cada vez que el viernes
sale antes del trabajo para llevar a su familia a rezar
a la gran mezquita que señala la torre Kutubía.

Youssef Ibn Tachfine, rey bereber,
le dio nombre a la ciudad y dio también la orden
de tallar las primeras fuentes.

Mohamed funda la ciudad cada vez que dice baaaaalaaaak al pasar con su burro, Hanae funda la ciudad cada vez que ríe a carcajadas en la calle,
Carrefour funda la ciudad cada vez que desembala en ella un camión de fruta angoleña,
Said funda la ciudad cada vez que escribe una noticia en su nueva revista que va a durar.

Salma funda la ciudad siempre que sale
a pasear en torno a las murallas
-rojas ya bajo esta luz del crepúsculo-
y sueña a sus ancestros
cabalgando monturas andaluzas
para entrar altaneros en la capital del sur,
y entonces ve deslizarse un gato bajo un coche,
y eso le hace pensar en su amor tan esquivo,
y le manda un mensaje diciéndole que si nos vemos
a las siete delante del Club Med, pero no tardes.

Nosotros somos los fundadores de la ciudad.

No hay nombre antiguo ni lejano que tenga la culpa de nuestros pasos.

Llegar antes
es solo
llegar antes.

lunes, 26 de febrero de 2018

William Blake -El viajero mental

William Blake, Londres, 28 de noviembre 1757 - Westminster, 12 de agosto 1827
Versión Luis Oyarzún


El viajero mental

He viajado a través de un país de hombres,
un país de hombres y también de mujeres,
y he oído y visto tan horrendas cosas
como nunca los caminantes de la fría Tierra han conocido.

Porque allí nace en la alegría el niño
que en el atroz dolor fue concebido,
tal como en la alegría cosechamos el fruto
que fue sembrado en lágrimas amargas.

Y si el recién nacido es un varón,
es entregado a una mujer anciana
que lo clava tendido en una roca
y en copas de oro coge sus lamentos.

Con espinas de hierro cierne su cabeza,
y agujerea sus pies y sus manos,
corta su corazón y lo desprende
para hacerle sentir calor y frío.

Sus dedos enumeran cada nervio
como un avaro contando su oro,
y de lamentos y gritos se nutre,
y él envejece, y ella se hace joven.

Hasta que convertido en un joven sangriento,
y ella mudada en espléndida virgen,
destroza sus cadenas, y la amarra
a ella a la Tierra para su placer.

Se planta él mismo en lo nervios de ella
como un labriego planta en su terreno,
y ella se convierte en su morada
y en jardín que le rinde setenta veces frutos.

Pronto se torna envejecida sombra
vagando alrededor de una cabaña terrestre,
llena de pedrerías y de oro
que ganó su trabajo.

Y éstas son las pedrerías del alma humana,
los rubíes y las perlas de un ojo enfermo de amor,
el oro innumerable del corazón que sufre,
el gemido del mártir y el suspiro del enamorado.

Son su alimento y su bebida,
mantiene a los mendigos y a lo pobres,
y para el caminante en viaje siempre
su puerta permanece abierta.

Su pena es alegría eterna en ellos;
hacen resonar los techos y los muros
hasta que de la lumbre del hogar
una pequeñuela emerge de pronto.

De fuego sólido ella es,
y pedrerías y oro, en tal manera
que nadie osa tocar su infantil forma
o envolverla en pañales.

Pero ella llega donde el que ama,
joven o viejo o rico o pobre;
muy pronto expulsan al anciano huésped
que se va mendigando por puertas ajenas.

Va llorando errante, muy lejos,
hasta que alguien admita hospedarle,
a menudo ciego por la edad, desesperado,
hasta que puede ganar una doncella.

Y para consolar su edad helada
en sus brazos la toma el pobre hombre.
La cabaña desaparece de su vista
y también el jardín con sus dulces encantos.

Los huéspedes están esparcidos por toda la región,
porque el ojo alterado altera todo.
Los sentidos se enrollan en sí mismos, con miedo,
y la Tierra plana se convierte en una pelota.

Las estrellas, el Sol, la Luna, todo huye.
Un vasto desierto sin límites,
y no queda nada de comer o beber,
y alrededor sólo el desierto oscuro.

La miel de sus labios de niña,
el pan y el vino de su dulce sonrisa,
el juego desordenado de su ojo vagabundo
a una ilusoria infancia le conducen.

Porque a medida que come y bebe se transforma
haciéndose más joven cada día,
y ambos, en el salvaje desierto
van errantes llenos de terror y congoja.

Ella huye como cierva salvaje,
su temor planta muchos matorrales salvajes,
mientras él la persigue de noche y de día,
por artificios de amor conducido.

Por artificios de amor y de odio
hasta que el salvaje desierto entero está plantado
con laberintos de díscolo amor
donde vagan el león, el lobo y el oso,

hasta que él se convierte en un díscolo niño
y ella en una llorosa mujer envejecida.
Van a vagar allí, entonces, muchos enamorados.
El Sol y las estrellas aproximan su curso.

Dulce éxtasis los árboles producen
para todos los que vagan en el desierto,
hasta que más de una ciudad allí es alzada
y más de una agradable cabaña de pastor.

Pero cuando hallan al colérico niño
el terror cunde en la extensa región:
gritan ¡El niño, el niño ha nacido!
y huyen en todas direcciones.

Porque hasta la raíz se seca el brazo
de aquel que osó tocar la colérica forma:
osos, leones, lobos, todos huyen aullando,
y todo árbol arroja sus frutos.

Y nadie puede tocar esa forma colérica
a menos que lo haga una mujer anciana.
Ella al niño tendido clava sobre la Tierra
y todo pasa como ya lo he dicho.



sábado, 24 de febrero de 2018

Lidia Cristina Carrizo -Deseos

Lidia Cristina Carrizo, Salta, 27 de octubre 1945


Deseos

El azar nos pone en este mundo casual
Inevitablemente, y venimos regresando,
con sencillez perseverante de infancias,
cruzando los portones con entusiasmo.

Los frentes de las casas blancas y rojas
embellecen el paisaje abriendo ventanas,
asaltando recuerdos de niñez tan lejana.

La lata de caramelos de dulce de leche.
El almuerzo con todos, los días domingos.
Los cumpleaños con tantos amiguitos.
Todos dando ese marco, a esa ventana.

Romper la monotonía de los días cortos
sin tomar este permiso en las memorias.
Lograr esos infinitos temas conversados
elevando nuevos proyectos. Inventarnos.

La imprecisión es de todo movimiento.
Las voces, son cambiantes y calladas.
El paso lento. Lo olvidado. Voces bajas.
Motiva cierta equidistancia.Y apartan.

Mundano tiempo para encontrarse
saludable y todos los puntos unan.
Los amantes tengan todo permitido.
Sin idas y vueltas, casual y amarse.

Todo es objeto en la vida cotidiana.
Todo en la vida está llena de deseo.
Un tiempo como éste...
Hay que inventarlo.

jueves, 22 de febrero de 2018

Basil Bunting -Briggflatts

Basil Bunting, Reino Unido, 1 de marzo 1900 – Reino Unido, 17 de abril 1985
Traducción Aurelio Major


Briggflatts
                                                      A Peggy
                 
                                                     Son los paxarïellos de mal pelo exidos

I

Jáctate, toro tenorino,
con el madrigal del Rawthey discanta,
cada guija su parte
en la primavera tardía de los cerros.
Danza de puntas toro,
negro frente al espino.
Ridículo y hermoso
sigue a saltos las sombras
de la mañana al meridiano.
Espino en el cuero del toro
y en toda el abra
repletos los surcos de espino,
que al lución solan el camino.

Un cantero ritma su escoda
con el gorjeo de la alondra,
escucha mientras el mármol reposa,
tiende la regla
al borde de una letra,
las yemas verifican
hasta que la piedra deletrea un nombre
que a nadie nombra,
un hombre revocado.
¡Alondra dolida que por subir labora!
La escoda solemne recalca:
en la cárcava de la sepultura
él reposa. Nosotros, podredura.

La ruina arrecia contra el filo,
el trigo se alza tembloroso
en la boñiga. Rawthey tiembla.
La lengua se alela, el oído yerra
de temor a la primavera.
Con arena estrega la piedra,
arenisca húmeda que arranca
la rudeza. Los dedos
en la piedra estregada lastimados.
El cantero dice: el azar
nos da las rocas.
Nadie aquí la puerta acerroja,
el amor es pura congoja.

Piedra tersa cual piel,
fría como los muertos que echan
en un carromato de noche.
La luna se posa en el cerro,
pero habrá de llover.
En la piedra bajo costales
dos niños acostados,
escuchan mear al caballo,
el silbo del cantero,
los arreos susurrarle a las varas,
chirriar la pina al eje,
el trompicón del aro en lo rodado,
cascajo triturado.

Jersey y jersey, calceta y calceta,
cabeza en brazo recio,
se besan en la lluvia,
magullados por la cama de mármol.
En Garsdale, amanece;
en Hawes, té de la lata.
La lluvia cesa, los costales
humean al sol. Se enderezan.
De alambre cobrizo el mostacho,
los ojos que la mar reflejan
y el habla báltica de canto llano
declaran: en aquel berrueco
unos acabaron con Hachacruenta.

La sangre fiera palpita en su lengua,
palabras parcas.
Alrededor de Stainmore se reúnen
cráneos rapados para cascos de acero.
Sus riachos resuenan en la caliza,
murmuran en la turba.
El carro atascado empuja al caballo cuesta abajo.
En el aire tan apacible
caminan con esfuerzo, cantan,
y francos dejan en el aire la tonada.
El avefría escondidiza,
del ribazo balidos,
se calman todos los sonidos.

El pulso de ella el paso,
palma opuesta a la palma,
hasta llenar la zanja,
la piedra blanca como malva
desprecia al abra.
Madera nudosa, apenas se raja,
rescoldada hasta la ceniza;
aroma de manzanas en octubre.
El camino de nuevo,
al trote.
Mojados, tibios, miran
meditar al cantero
en la fecha y el nombre.

Enjuaga la lluvia el camino,
el toro escurre y se lamenta.
Amargas gachas de centeno en el brasero,
crema y té negro,
carne, corteza y migaja.
Con los padres en cama
los niños enjutan su ropa.
A ella le ha desatado la cinta
de las bragas de franela listada
frente a la hornilla. Nudo
en la áspera estera de trapo
los dedos cardan
su greña de viril morada.

Voces gratas y generosas urden
sobre la noche descubierta
palabras que lo confirman y encantan
hasta de las aves el alba.
Ella alcanza el agua de lluvia
en el tonel y una franela
para lavarlo palmo a palmo,
tocando los guijarros.
El luciente lución es parte del prodigio.
El cantero se inflama:
¡palabras!
La pluma es muy ligera.
Escribe con una puntera.

Todo nacimiento es un crimen
y toda sentencia la vida.
¿Limpia de moho y trizas
rodará la bola en línea recta?
No hay esperanza de retorno.
Los sabuesos vacilan y se pierden,
la deshonra aparta la pluma.
El amor muerto ni sangra ni asfixia
sólo empuja el codo del dibujante.
Mudado, ¿qué puede decirle
a ella, mudada o acaso muerta?
El gozo mengua.
La culpa queda idéntica.

Es difícil hallar palabras breves,
formas para el tallado y el desecho:
rey de York, Hachacruenta,
rey de Orcania, rey de Dublín.
No atiende al llanto;
rotula la piedra erigida
sobre el amor apartado, no sea
que una dicha insufrible impida
huir a Stainmore,
buscar
a la alondra, la escoda,
los riachos y los atos
y el golpe del machado.

La bosta no ha de manchar el mosaico
del lución. La alondra transida
cae para anidar en los despojos empapados;
el Rawthey truculento, sucio.
Afanarse con la escoda, el espino derribado,
niebla en los cerros. Reos de la primavera
y de que la primavera acabara
los años amputados duelen luego
de que el toro es carne, el amor ventaja.
Es más fácil morir que recordar.
A la fecha y al nombre
rajados en blanda pizarra
algunos meses los arrasan.

martes, 20 de febrero de 2018

Israel Pinkas -Cine mudo

Israel Pinkas, Sofía, Bulgaria, 28 de enero 1935 
Traducción Gerardo Lewin


Cine mudo

El film documental que versa sobre mí está por concluir
y algunos, entre el público, han comenzado a salir:
los finales son siempre intrascendentes y sabidos de antemano.

Queda ya claro, ahora, que no lograré cruzar el Amazonas,
que no llegaré a ese encuentro en Almagro
y que no bailaré otro tango cantado por Gardel.

La mujer, golpeada por las drogas y el amor,
caerá en la depresión y se suicidará esa misma noche
en su habitación, en el hotel.
Su carta póstuma sólo despertará sospecha y nuevas dudas.

Queda ya claro, ahora, que hubiera sido preferible
que todo este asunto no hubiera comenzado
del modo en el que, ciertamente, comenzó.

No hubo en esta vida, para los demás, nada de interesante o ejemplar.
Se extendió a lo largo de tres continentes y por un tiempo
tan breve que resulta imposible delinear un retrato acabado.

Quedan en ella grabados los despegues y aterrizajes imprevistos
que fueron, en general, a dar en nada.
Antes de terminar, pueden aún observarse
los gestos espasmódicos de quien parece exigir algo:
voces y murmullos que no han dejado registros.

domingo, 18 de febrero de 2018

Ramón Plaza -Los caudillos

Ramón Plaza, La Paternal, 3 de septiembre 1937 - Bs As, 23 de enero 1991


Los caudillos

Creo en la barbarie,
en el caos.
Dioses profundos de mi patria.
Siempre es La Rioja,
llanos del mundo.

Los caudillos
amaban a mi patria
y eran inflexibles
y eran de cuero.
Desjarretaban con la lluvia,
y sabían que el cuchillo
era un difunto
fuera de los dedos.
Y tenían esta mujer caliente del suelo.

Creo en la barbarie,
en su boca escribo.
Porque llana es la tierra
habitada por ganado.
Y pelear por algún caballo
es tener a Dios, pastando,
en el suelo.
Creo porque Quiroga
fue la carga apagada en Yaco.

Dos tercerolas,
cargadas; reunidas por la boca.
Esta pequeña historia que me llega
por los ojos de Quiroga,
vaciados, enterrados en el
aire de la tierra.

Siempre fue la muerte,
la violencia,
el caos ordenando los principios.
Siempre muertos, solos, asustados;
cavados con la tierra que nos asombra.
Sepultados, lluviosos, ordenados.

Esta es la sangre oceánica
que nos rige.
Este es el sur: sangrante y aterrado.

Porque somos australes,
bárbaros, imprecisos,
tendremos la historia
que el pueblo nos prepare.

Creo en la barbarie,
en su boca escribo:
los caudillos amaban a mi patria.

Nadie debe morir sin saberlo.


"Los poetas son como Drácula vuelven de la noche/ vuelven de la muerte, 
seguirán volviendo./ Son invencibles/ es la única especie que viva 
vuelve de la muerte”/.RP.

viernes, 16 de febrero de 2018

Ivana Bodrozic -El hotel Dunav

Ivana Bodrozic, Vukovar, Croacia, 5 de julio 1982
Traducción Ivana Loncar y Carolina Rouco Chao


El hotel Dunav

Estos brazos tan delgados los tengo como él
a veces también me gusta emborracharme bien
como corresponde a la hija del jefe de sala del hotel
pequeña payasa, lo veía en el acto
escondida detrás de las máquinas de póquer, bien
sobornada
con el chocolate de duty free que a
Vukovar
llegó demasiado tarde
como la Cruz Roja Internacional
como la humanidad
como, en general, todo lo bueno llega con retraso
eterno
a esta parte del mundo
estos brazos tan delgados los tengo como él
no me da pena por mí
sino por cómo podía defenderse con ellos cuando le
pegaban.

Los traductores tienen derecho
a no traducir el término
El mundo sucede alrededor de mí.
Yo vivo en un hotel
y todos los días cuando voy a la escuela
dejo la llave en recepción
en la pequeña casilla 325,
un poco más pequeña que la habitación en la que
vivimos
mi madre, mi hermano y yo,
y el televisor que un día
tal vez nos diga
dónde está mi padre.
Hasta entonces tres de todo:
camas, tazas, cucharas,
el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo,
y como cobardes compramos
tres de todo
como si ya con él
no contáramos.
Y hay un cojín para sentarse
hecho de la piel
de su chaqueta que
mi tía salvó de Vukovar,
es más o menos todo,
a mi madre nadie,
nadie
la salvará,
ella pasará años en el pequeño baño
de la habitación 325
escribiendo cartas a mi padre
que está DESAPARECIDO.
Ése es el término oficial.



miércoles, 14 de febrero de 2018

Gonzalo Millán -Sale el sol

Gonzalo Millán, Santiago de Chile, 1 de enero 1947 – Santiago, 14 de octubre 2006


Sale el sol

Sale el sol.                             
Salen los habitantes de sus casas.       
Hace frío.                               
La plaza es ancha y sin casas.           
Los hombres se alzan los cuellos.       
Los pájaros alzan el vuelo.             
Las mujeres se rebozan.                 
La calle sale a la plaza.               
No sale trabajo.                         
Los cesantes salen en ayunas.           
No hay plazas.                           
Sobran los brazos.                       
Los escolares entran a clases.           
Sale a llamar por teléfono.             
Entra a una cabina telefónica.           
Los teléfonos están intervenidos.       
¡Ring! suena el teléfono.               
Los colegios están intervenidos.         
Alzan los alimentos.                     
Alzan la movilización.                   
Agentes de civil salen al paso.         
Los detenidos alzan las manos.           
Los friolentos patean.                   
Los friolentos soplan sus manos.         
La bufanda cubre el cuello.             
Los guantes cubren las manos.           
Los escolares salen a recreo.           
El centinela sale de la garita.         
Los niños patinan sobre la escarcha.     
Las ruedas patinan.                     
El cortejo entra al cementerio.         
                                         
Un barco sale del puerto.               
De la nariz sale humo.                   
Los fumadores tiran colillas.           
Las recogen los mendigos.               
Recogen perros vagos.                   
Recogen la basura.                       
Recogen las cartas del buzón.           
La beldad se recoge el pelo.             
La beldad sale al balcón.               
La beldad sale de compras.               
La beldad se abriga.                     
Abrigan al enfermo.                     
El enfermo entra al quirófano.           
El cirujano opera.                       
El cirujano corta con el bisturí.       
El frío corta las manos.                 
El frío corta el cutis.                 
Con el frío salen sabañones.             
El enfermo sale del quirófano.           
Los sabañones arden pican.               
El fuego defiende del frío.             
El abogado defiende al procesado.       
El oficial abofetea al abogado.         
El fuelle sopla el fuego.               
Se ríen en su cara.                     
Hacen añicos su alegato.                 
Rejas defienden las ventanas.           
El cliente y el abogado desaparecen.     
La escollera defiende del oleaje.       
La lluvia se hiela.                     
Cae granizo.                             
Echan a miles a la calle.               
Echan carbón al brasero.                 
Echan leña a la chimenea.               
La leña no prende.                       
                                         
Echan parafina a la estufa.             
La leña está húmeda.                     
Prenden la colecta con alfileres.       
Prenden a extremistas.                   
La beldad prenda.                       
El agua caliente circula                 
Los radiadores difunden calor.           
El frío paspa los labios.               
El frio enronquece.                     
Los dientes castañetean.                 
El frío agrieta la piel.                 
En la calle hace un frío extremo.       
La miseria es extrema.                   
El frío amorata.                         
Las pasamos moradas.                     
El frío quema las plantas.               
Nos plantaron en la calle.               
El frío contrae los cuerpos.             
El frío contrae los músculos.           
El frío congela los charcos.             
La carne se conserva congelada.         
La carne cuelga del gancho.             
Cuelgan los animales muertos.           
Tras la muerte los músculos se contraen. 
El frío retrasa la putrefacción.         
                                         

lunes, 12 de febrero de 2018

Miguel Ildefonso -José María

Miguel Ildefonso, Lima, Perú, 5 de enero 1970


José María

José María venía en bus por la Oroya a Lima.
En sus audífonos escuchaba a Lou Reed.
Afuera, los cerros mojados, la lluvia entrándole por el hueco de la bala.
Esa mezcla de Perfect Day con la caída de la lluvia puso nostalgia
a la visión cristalina de la ventana.
Recordó entonces cuando chiquillo dormía sobre los pellejos,
aprendió el quechua, canciones más tristes todavía que las de Lou.
Los cerros con sus minas ya no eran moradas de mitos.
Cerros como tumbas de Huarochirí y humo que salía de las chimeneas.
Un tren fantasma entró a un viejo túnel,
la lluvia sepia como las cuerdas de un arpa le cosquilleaba el hueco de la bala.
Entonces se preguntó si en cincuenta años todavía existiría este país.
Esta idea lo avergonzó, puso otra canción, algo de Pastorita,
y casi el empezar a dar vueltas en torno a ello quedó dormido.
La carretera daba curvas, lo acurrucaba.
Oye niño - le dijeron - regresa a casa.
Pero su madre murió. Niño, esta no es tu lengua. Pero él cantaba en el bus:
Aun no veo el cerro de mi pueblo,
soy un forastero,
soy un alma que vaga junto a un río.
Tengo un revólver al cinto.
Mi corazón, una tinya, un charango y una quena.
Ay mi corazón se lo llevó el río
y aun no veo el cerro de mi pueblo.
José María cantaba en quechua con su guitarra de palo, pero adentro,
en las entrañas de su voz, los danzantes ya contaban sus pasos.
La muerte - es una herida que se lleva desde el nacimiento
la muerte - es un alma que acompaña: una nostalgia, un país.
El niño que cantaba en el río llamaba a su madre para que lo salve.
Ese niño tenía miedo que se lleven su corazón,
que en cincuenta años nadie cante sus canciones en quechua.
Porque el país tenía montañas y cargamentos que llegaban a los puertos,
lo saqueaban todo, se lo llevaban todo.
Ese paisaje de perros famélicos que anunciaba la entrada a la ciudad
iba mezclando la muy dulce melodía de su voz con el fuerte sonido de una bala.
Sus amigos lo querían, pero el resto no entendía el quechua,
ni quería entenderlo. Cosas de serranos, decían ellos,
ellos que hoy publican sus libros, lo estudian, lo celebran.
José María, el día que pusiste la pistola en ti
alguien tocaba su violín en las alturas de Andahuaylas.
Ellos esperaban que lo hicieras para hacer de ti una leyenda:
la gran leyenda cultural del país. Ellos que escupían en tus cantos.
Con una mano cogiste el arma: yo nacía cuando te despedías.
Tres días antes cantaste en una reunión con amigos.
Alguien grabó tu voz y aquella grabación fue una burla a la muerte
que siempre te asechó.
Fue tu victoria sobre una prole de intelectuales.
Un día antes fuiste a La Parada a comprar discos de huaynos,
nos emborrachamos escuchando a Jilguero.
Nos vemos mañana, tú naces, yo muero, cantabas.
Habrías tenido un flash back, tu infancia entre los indios,
una clase en la Universidad o algo como una retama
que al comienzo te hiciera dudar,
pero que luego más bien te impulsara con una fuerza irrefrenable.
José María, una mujer canta en la esquina de mi calle,
viene de Ayacucho. ¿Estaré yo en su canto?
¿Estarán mis poemas en la palma de esa mano de barro?
José María, tú cantabas en quechua un rock en el fondo de mi tumba.
Yo escribo esto para cantar en ti.

sábado, 10 de febrero de 2018

Juan Larrea -Un color lo llamaba Juan

Juan Larrea, Bilbao, 13 de marzo 1895 – Córdoba, Argentina, 9 de julio 1980


Un color lo llamaba Juan 
                                                 A la memoria de Juan Gris

Bendecimos el confort de las hormigas regulares
y la noche incluso más triste que el papel absorbente
después de la muerte de la palabra
ahora que el silencio dulcemente deviene festín de pájaro
entre los granos capricho de una prisión florida

Nuestros arroyos interiores están acordes
en aplacar este molino de individuo
único convidado que nos queda
de aquello que ha partido sin pretexto hacia el invierno
Sobre un dolor de antigua pradera
las hormigas arrastran nuestras lágrimas de este a oeste

se ha ido por transparencia como las vagas promesas
de un río más bien banal
Hacía un calor de héroes mas el tiempo era pálido

Con una brizna de delicadeza y el insomnio de las lluvias
que vuelve seda el reflejo de las catedrales
agujereamos la esponja de nuestras plegarias
para borrar el juramento de luna tejido en versos
donde sus ojos amoblaron la esperanza de corrientes de aire

Porque él nos dejó su tristeza
sentada al borde del cielo como un ángel obeso

jueves, 8 de febrero de 2018

Velimir Khlebnicov -Llena de sonido

Velimir Khlebnicov, Rusia, 9 de noviembre 1885 – Novgorod, 28 de junio 1922
Traducción Daniel Hernández Guzmán del inglés de T S Eliot


Llena de sonido

Llena de sonido estaba la leña retorcida
El bosque gritó, el bosque se quejó
Con miedo
De ver al hombre-bestia blandir su lanza

¿Por qué el cuerno del corazón del ciervo pesa en la mano
Ante la viva marca del amor?
El brillo metálico de una flecha golpea su anca
Y reconoce su lugar. Ahora se ha quebrado la bestia

A sus rodillas, doblegada en el suelo.
Sus ojos atienden a la profunda muerte.
El ruido de caballos, bufan y murmuran;
“Traeremos los altos. Inútil correr.”

Inútil tu exquisito movimiento
Tu cara casi femenina. Ninguna acción
Te salvará. Vuelas del tormento a la ruina
Y la búsqueda del hombre-lanza te sigue con rapidez.

Caballos jadeantes cada vez más cerca,
Cuernos y ramas cada vez más bajos,
Tañidos arcos por doquier,
Sin ayuda ni corazón ante las heridas y el daño.

Pero se alza abrupto, se encrespa y ruge-
Y muestra las crueles garras del león.
Con pasiva calma toca y tienta-
Enseña el truco del terror.

Condescendientes y quietos,
Se desploman para llenar sus tumbas.
Se alza rampante. Regio ruge.
Y derredor, en todas partes, yacen vencidos sus esclavos.

martes, 6 de febrero de 2018

Xi Chuan -Murciélagos al atardecer

Xi Chuan, Xuzhou, China, 16 de septiembre 1963
Traducción Miguel Ángel Petrecca


Murciélagos al atardecer

En los cuadros de Goya traen pesadillas
al artista. Volando hacia arriba, hacia abajo,
a derecha y a izquierda, murmuran
furtivamente sin llegar a despertarlo.

Una felicidad indecible aparece en sus caras
casi humanas. Estas creaturas que parecen
pájaros pero que no lo son, completamente negros
se funden con la oscuridad, como semillas que nunca florecerán

Como demonios sin esperanza de redención
ciegos y crueles, llevados por su voluntad,
cuelgan a veces boca abajo de las ramas
igual que hojas secas, excitando nuestra lástima

En algunas historias
se concentran en húmedas grutas;
cuando el sol cae tras la montaña es su momento
para salir de caza, parir, luego desaparecen

Pueden obligar a un sonámbulo a unírseles,
arrebatarle la antorcha de la mano y apagarla;
pueden alcanzar a un lobo merodeador
y hacerlo caer mudo por un precipicio

En la noche, si un niño no puede dormir
es sin duda porque un murciélago
evadiendo los ojos hinchados del guardia
llegó hasta su lado para hablarle del destino

Uno, dos o tres murciélagos,
no tiene riqueza ni patria, ¿cómo puede ser
que traigan felicidad? La luna creciente y menguante
gastó sus plumas. Son feos, sin nombre.

Su corazón de piedra nunca pudo conmoverme
hasta que un verano hacia el atardecer
al pasar por mi vieja casa vi unos chicos jugando
y sobre sus cabezas aún más murciélagos

El atardecer arrojaba sombras sobre la calle
y doraba el cuerpo de los murciélagos
Revoloteaban sobre las puertas descascaradas
pero nada tenían para decir sobre el destino

Entre las cosas antiguas un murciélago
es de aquellas que generan una especie de nostalgia.
Su postura pausada hizo que me detuviera un largo tiempo
en ese barrio, en la calle donde crecí.

domingo, 4 de febrero de 2018

Héctor Yánover -Soledad

Héctor Yánover, Alta Gracia, 3 de diciembre 1929 – Bs As, 8 de octubre 2003


Soledad

de la primera boda con Dios.
Angustia lejana como un eco
que instalada en la carne conmueve las palabras
y echa un temblor de hoja azotada al cuerpo.
Una cuerda de acero nos recorre los huesos
y la agitan con fuerza en la boca del túnel
el no saber a un costado y el saber al otro.

Tendré que calafatear mis naves nuevamente,
tendré que hacerme a la mar.
Esta tierra vacía estallará en pedazos.
Hay que barrer las dudas
y llenar las tinajas con las voces del canto.
Una guitarra habemos de guardar
para añorar el terruño por las noches,
una fotografía de nuestra alma de niños,
y lo demás, el sortilegio, el duende,
nos encontrarán en cualquier parte,
al final de la gruta del diablo
o en las esquinas de las aguas del cielo.
Sólo que no hay que temer,
repito: no hay que temer,
el temblor tiene que irse al fondo de los mares
y allí pudrirse y desaparecer
en el gran viento submarino.
Tenemos que aprender la libertad
como se aprende un rezo
tenemos que creer en ella,
hablar a partir de ella
y al timonel que agosta los racimos
y agua al vino,
matarlo,
destruirlo,
aventarlo en la arena del vértigo y que arda!
¡Ah cuánto cuesta aprender a usar
el traje de la sinceridad en cada día!
¡Cuánto cuesta ser fiel a la verdad
de nuestra íntima condición de hombres!
Salid monstruos,
fieras cebadas de la mesa tendida
y el beso a la hora exacta,
bestias que pastan su sapiencia
sobre los cadáveres frustrados
de mil generaciones.
¡Todos los caminos son hermosos!
No hay rutas vedadas
para el que se asume integralmente
y parte en busca del conocimiento.
No me toquéis manos de cementerio,
lenguas untadas en dulce,
mentirosas.
Odio la experiencia,
que no me instruya nadie en los peligros que corro.
Odio los recuerdos.
El mundo empieza cada mañana.
El ayer es una ficción.
Sólo los días por llegar viven en la esperanza
y son como una gran bandera
que hay que ir desplegando sin reposo
hasta más allá de las estrellas.
No soy optimista,
la palabra es creo
creo en Dios padre todopoderoso
que construyo día a día.
Creo en la magia y en lo misterioso
porque conmigo están desde el primer latido.
No temo nada.
¡Quiero no temer nada!
Y al dragón que se ponga de espaldas a la luz
para cerrarme el camino,
¡le abriré la cabeza!
Pero no son ellos quienes me cierran el paso,
son manteles limpios,
sábanas de hilo
y la seguridad de mi pan cotidiano.
¡Ojalá fueran monstruos o hidras del acaso!
Ojalá estuviera en los dados ventura y desventura
y todo fuera cuestión de arrojarlos.
Mundo que te me has metido como una astilla bajo la piel.
Palabras que me van rodeando con su sonsonete manoseado.
¿Hay que cerrar los ojos
o abrirlos con las uñas a dos manos?
Hay que embestir
o el estallido de la tierra nos seguirá al infierno,
sonando.

Sólo esta hora de soledad me ha concedido Dios;
me han dado visiones y luces para ordenar el rumbo.
No hay más bodas con Dios que la primera,
si la dejo pasar,
al volver el rostro ya habré encanecido,
no sabré nunca en qué se fue mi vida,
entonces tendré recuerdos:
ágiles palabras de empleado de rutina,
corteses respuestas de amanuense y de hortera,
seguridad de comerciante,
aplomo de millonario.
Entonces ya no sabré.
Entonces estas palabras serán para mí oscuras.
Entonces la verdad será mi verdad
y la sabiduría mi conocimiento.
Entonces sabré todas las cosas
y ni una sola angustia
me sorprenderá royendo el ruedo de la noche.
Y mi sangre será un arroyo apacible
y mis problemas serán terribles pero superables,
tendré una sonrisa renovada cada día
y sabré más que los poetas
porque pisaré fuerte sobre la tierra,
y en el recodo de los años
pensaré que no he vivido en vano.
Escucha Dios, no te vayas.
Dame fuerzas para vivir como debo vivir,
ahuyenta el miedo de mi pecho
como ahuyentaste a los que traicionaban su especie
de la puerta del templo.
¡Exijo que te quedes porque te necesito!
La azada de la muerte no es grande para mis brazos
yo también puedo segar a los míos
y avanzar sobre sus cadáveres.
Pero no me llamo la guerra
ni la peste
ni la desorientación
ni el arrepentimiento,
me llamo el Poeta
y aunque no soy pastor angélico
y mi memoria es de este tiempo,
un violento deseo de eternidad aguijonea mis huesos.
Soy el poeta.
Soy tu igual. Nunca me he olvidado de ti.
Te llamas Homero, Jesús, Buda,
la palabra vela sobre el mundo
y velará por todos los siglos de los siglos.
No soy más que lo que eres,
si estás en mi,
muerde con tanta fuerza mis huesos
que yo pueda ser digno de servirla!
Ella fue el principio y ella será el fin,
sé adónde va y de dónde viene,
vivo al acecho, como al acecho,
duermo acechando esa voz que reclamo.
Andaré, Dios,
viviré para verte a mi lado,
escalaré la frente de siglos
y hablaremos entonces por toda la eternidad!
Y mis palabras serán fuertes como el trueno
y leves como las primeras gotas
de una lluvia soñada
y mis brazos serán el iris de la tarde
y el vapor de los ríos,
integrado estaré a las cosas que andan
por su derecho en la tierra
y ni el ay más lejano me será ajeno
y el perfume del campo será también el mío.
Cada partícula del aire
será parienta de mi especie
y mis ojos verán desde todos los ojos
y desde las hojas de los paraísos.
Será el grande amor,
el poderoso amor,
aquel que no se borra
ni cuando todo el aire es un solo acero hiriente.
Ahora he hablado,
he salido de mí para remar por mis palabras.
Y las palabras han formado un río
y he ascendido por ellas hasta todos los mares.
Las palabras que digo todo lo curan
¿son la suprema medicina?
cierran heridas y ponen alas a mi cuerpo.
Las palabras que digo son más buenas que yo mismo
y no puedo abarcarlas.
Me llenan y me desbordan
y forman a mi alrededor un halo mágico
donde soy indestructible.
Ellas me defienden.
Tienen mi rostro y mis manos
y son más fuertes y mejores
porque son el último sueño de la carne
y su prolongación hasta el Dios que habita en ellas.
Si las discordias de los hombres son diferencias de lenguaje,
la armonía es la misma palabra enamorada.
Mi destino es obligar al amor
como el del rosal dar sus flores.
Estoy obligado a encerrar en mis voces
a todos los hombres del mundo,
estoy obligado a decir mis palabras
para que así como me protegen,
rodeen y protejan a todo lo que vive.
No quiero ni me importa la gloria empapelada,
ni que se sepa mi nombre ni el color de mis ojos,
mi ambición es más vasta,
mi deseo más hondo que todos los deseos,
mi vanidad terrible no se contenta con nada:
quiero salvar al hombre,
elevarlo sobre las ferias y las plazas,
sacarlo de sus casas y las fábricas
y como el flautista llevarlos,
no a ahogarse en los ríos,
sino a purificarse y salvarse en las aguas del amor.
Por eso Homero, Jesús, Buda, no son nombres que venero,
son mis compañeros de lucha, mis dulces hermanos de pelea.
Conozco sus flaquezas porque son mis flaquezas,
sé que la hermosura de sus rostros no está en sus rostros
y que sus manos no terminan en ellas.

He comenzado a salvarme porque me he reconocido.
Pero no basta que me salve,
es necesario que se salve el hombre.
Las voces de lo ruin,
se han eslabonado como los aceros de las cadenas,
pero basta una sola palabra arrojada a su tiempo
para que salten las vértebras que las tienen unidas.
Hay millones de cuevas, depósitos innumerables,
las hormigas se mueven como si ese traer pajas
fuera el destino para siempre.
Allí va el grillo cantor sonando fuerte su violín
y es por todos despreciado.
Pero él es el héroe,
el oscuro héroe de la geografía,
él ha construido la tierra,
él ha poblado los aromos,
él ha forjado el cielo.
Sus hermanos son las bestias inocentes,
la flora,
los niños.
Tiene más poder porque él es el poder,
porque él crea el poder;
tiene más fuerza porque él es la fuerza
y el padre de la fuerza.
Nadie sabe dónde pasa el invierno
pero al salir al aire de la primavera
se le encuentra de nuevo en los caminos.

No hay más bodas con Dios que la primera.
En la soledad de la primera boda con Dios,
me he casado por siempre con su gloria.
Soy indestructible
porque soy el adjudicador de la vida.
Soy humilde
porque soy todopoderoso.
En cada pliegue de mis vísceras,
los enanitos de la eternidad
trabajan el fuego de la eternidad.
He tenido visiones de cielo e infierno
y por mi boca han hablado los ángeles redentores.
He trabajado mi canto toda la larga noche
y el alba ha sorprendido mis cabellos revueltos.
Soy el ser ambicioso con que el hombre
ha pisado la tierra y hecho historia.
Me proclamo de estirpe de guerreros
y del tronco invencible de los sabios,
oscuro, en el silencio de mi pieza
soy las patrias, los héroes y sus cantos
y en las noches solemnes de los astros
yo dispongo del cielo y sus milagros.

Y que ahora la música del mundo,
no ahogue las palabras de mi canto.

viernes, 2 de febrero de 2018

Shajar Mario Mordejai -Historia del porvenir

Shajar Mario Mordejai, Haifa, 19 de abril 1975
Traducción Gerardo Lewin


Historia del porvenir

                                                      Ya terminaron esos sufrimientos.
                                              No más llantos. En un antiguo álbum
                                                           ves el rostro de un niño judío
                                                         quince minutos antes de morir.
                                                                         Tus ojos están secos.
                                                                            Calientas la tetera,
                                                          tomas té, comes una manzana.
                                                                                              Vivirás. 
                                          «Sentencia de vida», Adam Zagajewski,
                                  traducido del polaco por Renata Gorczynska





Prometen, otra vez, la nueva era.
Ya puedes verla: en posición fetal,
su nacimiento está cercano. Dicen:
“será un mundo nuevo”, pero ésta
es la historia del porvenir:

En algún sitio, en un punto de la línea del tiempo,
se solicitarán acreditación y documentos.
Será un empleado de una oficina pública
o un oficial de aduanas en un aeropuerto,
aunque en cualquier edad del mundo podrá
un gendarme requerir tu identificación.

Vale decir: en algún lugar alguien habrá que falsifique pasaportes
y en algún momento se dispondrá un ejército a invadir una ciudad.
Llámense Praga, Bagdad o Nueva York. Cualquier nombre es posible.
Cosas - muchas - ocurrirán al amparo de la noche.
Golpes en la puerta, arrestos rutinarios.
Un padre a quien arrancarán de brazos de su hija.
Su desaparición.
Mucho sucederá, también, a plena luz del día.
Robos.
Violaciones.
Matanzas.
En el mercado del pueblo y en la bolsa de valores,
actividad normal,
al igual que el pogrom.

Pronto se sumará la muchedumbre:
escribirán grafiti contra esta o aquella minoría
en tal o cual contexto. Exigirán se dicte
la prohibición de entrar al continente,
al país o al supermercado.
En la puerta habrá un cachorro aguardando a su dueño,
alguien dejará atrás sus libros y sus fotografías,
sus viejas mantas, el lujoso sillón en el que fue feliz
y a su amante,
pero no olvidará llevarse un sobretodo
con bolsillos. Eso, mientras pueda fugarse
con su propio rostro, con algo de efectivo.
Muchos escaparán a pie
y otros huirán en el ferrocarril.

No hay fugitivo sin su perseguidor.
Para cada refugio hay una tormenta.
El mundo es la culata de un revólver
y la noche, el centelleo de la luz policial.

Un hombre al menos - ¿acaso tú? - vagará
por la ruta, ansiando llegue ya el final.
Allí está, vedlo,
recostado contra la muralla de sombras;
los botes que navegan la corriente del río
y las patrullas que recorren el puente
lo atrapan
por un breve segundo.
Salta.
O se queda, pero logra desaparecer,
como un paisaje entrevisto a través de la ventana.

¿Eres tú aquél que está mirando?